Capítulo 28.1: Envuelto.

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Harry.

El primer mes, Harry se instaló en un departamento ostentoso en Los Ángeles; con el clima sintiéndose extraño a comparación del clima en Londres y su gente americana, provocándole sensaciones no hogareñas dentro de su cuerpo. Le fue bastante complicado acostumbrarse al cambio de horario.

Un día, mientras cocinaba en una habitación completamente solo y con una pequeña compañía a sus pies, decidió que no se alimentaría. No tenía hambre y sus intentos por cocinar algo saludable o lo suficientemente apetitoso, no estaban funcionando.

Apagó la estufa y se recargó en la isla de la cocina; cruzando sus brazos sobre su pecho y mirando un punto fijo en aquella cocina que se sentía frívola; solitaria. Pequeña. En realidad, el lugar era bastante grande, pero existía una presencia imaginaria que lo estaba asfixiando. Provocándole una sofocación dolorosa.

Cerró sus ojos y las náuseas volvieron a subir por su garganta. Reprimiendo las ganas de desechar cualquier residuo por la boca, caminó al sillón con Béix por detrás suyo.

Se sentó allí; un fin de semana, con trabajo en la empresa, pero encargándoselo a Heather. Ella sabría qué hacer. Ella manejaría la corporación sin la ayuda de Harry.

Encendió el televisor, pero no se concentró. Acarició el pelaje de su perro, pero se sintió desgarrador, casi como una herida física que se abría en cada ocasión que lo acariciaba. Tamborileó sus dedos sobre el sillón, tratando de detener el temblor inoportuno en ellos. Desde hacía ya varias semanas que su temblor comenzó a nublar su sentido racional.

Estaba cansado que, la sensación de no poder respirar con normalidad lo atacaba con una potencia insufrible e insostenible. Agotado del temblor en sus manos y piernas; totalmente agobiado cuando su cabeza se sentía pesada y lo único que deseaba era dormir. Aún puede recordar el fin de semana pasado; durmió todo el día. No comió; no bebió; no trabajó. Se distanció; se aisló totalmente.

Harry no se sentía como él. Una expresión tan ridícula, tan patética; tan banal, pero no sabía cómo expresar el sentimiento que lo oprimía por dentro; un vacío tan profundo que cuando creía haberlo llenado, volvía a vaciarse con cinismo cruel. Únicamente, hacían falta diez segundos, para que su silencio se saturara de pensamientos hirientes, y sus ojos se humedecieran.

Únicamente, le bastaban tres malditos segundos para distraerse de sus principales objetivos y se mantuviera como una sombra con temblores irreconocibles, rostro demacrado y un cabello que comenzaba a caérsele con frecuencia.

Frunciendo su nariz, tocó el cabello largo entre sus dedos. Normalmente, solía cuidárselo porque le agradaba la imagen intimidante que generaba para con sus alumnos. Después, le fascinaba cuidarlo porque, Louis solía jugar con él y lo miraba como si fuese un ser humano especial. Harry era un hombre normal, muchas veces cínico y cruel; en ocasiones, atormentado, enfermo e inverosímil; pero, cuando Louis lo miraba, se sentía querido. Apreciado. Se sentía real.

Su estómago se cerró en nada; dolió. Un dolor físico, pero también emocional. Le tomó menos de cinco segundos pararse del sillón, caminar hacia el baño, ver su expresión demacrada, tomar unas tijeras y comenzar a cortar su cabello. Éste cabello no le pertenecía; al menos, no a éste Harry. No al Harry que vivía lejos de Louis. No al Harry que no podía reconocerse ni a él mismo.

En ese mismo primer mes, mientras intentaba concentrarse viendo televisión, su celular comenzó a sonar. Su atención se dirigió hacia el aparato, suponiendo que sería Heather quién marcaría; pero cuando no fue la mujer quien llamaba, su cuerpo se sintió pesado. Su cabeza se balanceó, a propia voluntad. Su cuerpo siendo manejado por inercia.

Mr. Styles [ls]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora