Capítulo 2

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Capítulo 2
[Su manera de ser y su alma son del mismo color]

«Solo hay un camino hacia la felicidad y es cesar de preocuparse por cosas que están fuera del alcance de tu voluntad».
Epíteto.

Aisha Hansley

Mamá siempre fue muy estricta conmigo y lo fue a tal punto de que papá tuvo que hablar con ella para que dejara de tratarme de la forma en que lo hacía.

Cuando no lograba aprender una lección de violín o piano, o incluso memorizar unas cuántas páginas de un libro, mi madre decía que si seguía así, iba a terminar siendo un fracaso.

La excusa de siempre era que no quería verme convertida en una inútil.

Desde entonces, le tengo pavor enorme.

Tengo años de no verla, y tampoco he interactuado mucho con ella que digamos. Las únicas veces que hablé con ella durante todo este tiempo, fue solo para mi cumpleaños y para navidad. Quiero creer que todo lo hacía por mí bien porque, a pesar de todo, ella es mi madre.

Mis pensamientos me abandonaron luego de percatarme de que ella me tenía rodeada con sus brazos, y de que su cabeza descansaba en mi hombro.

— Te he extrañado, hija — confesó, soltando un suspiro como si en verdad lo sintiera.

— Yo... también te he extrañado mucho, mamá.

Estaba sintiéndome un poco extraña con la reacción que ella había tenido hacia mí.

Ella lo notó y me dijo, — Tranquila, no tienes por qué estar nerviosa.

— No lo estoy — desvié mi mirada.

Mamá muy pocas veces se preocupó por mí o por hermano. Cuando éramos pequeños, nunca nos leyó un cuento, tampoco pasaba tiempo con nosotros, ya que casi siempre permanecía en su empresa o encerrada en su habitación, trabajando.

— ¡Estás hermosa! — me dijo sonriendo.

— Gracias, mamá — mencioné, avergonzada. No era mucho de recibir halagos, por eso cuando lo hacía me avergonzaba un poco, ya que no estaba acostumbrada.

Adam bajó, iba vestido con un pantalón negro, una camisa manga larga color blanco, unos zapatos negros, el cabello lo llevaba despeinado pero le quedaba bien. Además, llevaba un costoso y brillante reloj en la muñeca izquierda.

Sinceramente, no tenía idea de cómo mi hermano se había vuelto un ser que derrochaba dinero a lo loco.

Mamá lo abrazó con cariño, igual como hizo conmigo.

— Mis dos hijos se han vuelto un par de bellezas dignas de admirar — dice mirándonos a ambos.

— Mamá, creo que estás exagerando un poquito — mencioné, avergonzada.

— Ella dice la verdad — defendió Adam.

— Ves, hasta tu hermano lo sabe — dijo mamá.

— Adam es un ególatra, mamá — levanté ambas cejas, mirando a mi hermano.

— Y ella un duende envidioso de mi belleza, mamá — se defendió.

— Prefiero ser un duende, y no ser una vara de bambú con manos y pies — le aclaro.

— ¡Duende!

— ¡Vara de bambú!

— ¡Trol!

— ¡Marmota!

Perfecto Desastre © #1 [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora