Capítulo 10~ Perseguida por los "rumores"

367 108 142
                                    

—¿Pueden dejar de mirarme como si esto fuera la morgue y yo un cadáver al que identificar?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¿Pueden dejar de mirarme como si esto fuera la morgue y yo un cadáver al que identificar?

Dejando escapar un suspiro, me dejé caer en el sillón, cruzando brazos y piernas mientras observaba a unos metros de distancia la cama en la que se encontraba papá acostado. Soltó un gruñido y apagó el televisor sujeto a una esquina de la pared, luego miró a su esposa, Rebeca, de pie a su lado.

—Ni siquiera he pisado los cuarenta y debo aguantar que mis hijos me miren como un viejo de noventa, ¡que indignante, mujer!

Dirigí mi mirada hacia Derek, quien se encontraba al otro extremo de la habitación, sentado en un sillón cerca de la ventana. Aparentaba estar concentrado en su celular, aunque su atención estaba claramente enfocada en los quejidos de papá. Una sutil sonrisa se dibujó en su rostro, y yo no pude evitar imitarla.

Si él no pensaba decirlo yo por el contrario no perdería la oportunidad.

—¿No hace un mes que cumpliste los cincuenta y cinco? —digo balanceando de mi pierna cruzada y sonreír cuando padre me mira más indignado todavía.

—¿Ves cómo me tratan, Rebeca? —le mira, acusándome con un dedo—. No pienso permanecer un minuto más en este lugar.

Con un movimiento brusco de su mano se quita la sábana blanca sobre su cuerpo, desaropándose y revelando unas piernas delgadas y pálidas gracias a la bata hospitalaria que traía puesta. Motivo mucho más indignante para él cuándo el doctor y las enfermeras le obligaron a ponérsela.

Papá apoya sus pies descalzos en el suelo con una clara intención y todos nos ponemos de pie antes que él. Rebeca al estar más cerca logra retenerle sujetándolo por los hombros.

—Cariño, no puedes levantarte de la cama todavía.

—¡Que no aguanto más un minuto aquí, amor!

—Pero papá, los doctores dijeron que...

—¡Al demonio los doctores! —vocifera en dirección a Derek, presionando una mano contra su pecho —Yo también fuí doctor un día, por lo tanto, también tengo derecho y puedo darme de alta a mí mismo.

—Así no es cómo funcionan las cosas, Richard —replica Rebecca—. Lo sabes.

—¡Pues hacemos que funcionen, mujer!

Tan terco como una mula...

Sonreí a lo que Rebeca suspiró exasperada y sin dejar de sostener sus hombros impidiéndole ponerse de pie.

Te amaré hasta mi último alientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora