¡Qué dolor de cabeza! Odiaba hacer maletas, y mucho más deshacerlas. Solo pensar la semana que me quedaba hasta que todo estuviera instalado. Y eso era el menor de mis problemas, porque el miedo que tenía a volver a la que durante años había sido la ciudad de mis sueños era algo que me había perseguido durante los últimos cuatro años.
– ¡Jamie! – escuché que me llamaba a gritos. Me tapé la cara con las manos sin querer moverme de la cama. Me había tumbado hace cinco minutos, y ya había acabado con mi calma – Mueve tu bonito culo de esa cama – me dijo mucho más cerca – Y empieza a meter todas tus cosas en cajas sino quieres que se pierdan durante la mudanza.
Quité mis manos de la cara como si estuviera haciendo el esfuerzo más grande de mi vida, y abrí los ojos lentamente para encontrarme con la sonrisa divertida de mi mejor amigo. Alex estaba apoyado contra el marco de la puerta mientras me observaba.
–Es muy inmaduro por mi parte querer solo meterme en esta cama, taparme hasta las orejas y no salir en un par de semanas por lo menos – hablé.
–Demasiado, sí – se burló – Jamie... – su gesto cambió por uno más serio – Has podido con muchas cosas en estos años, y ahora lo harás igual. Entiendo que tengas miedo, pero no tienes por qué hacerlo. No estás sola.
–Gracias – dije con un nudo en mi pecho. Tenía mis sentimientos a flor de piel – Nunca lo he estado – le sonreí.
Alex me guiñó un ojo, y salió de mi habitación mientras me gritaba volviendo a su tono fresco de siempre.
– ¡No remolones más! ¡Tu habitación es la única que falta!
Y sí, era verdad. Mi cuarto era el único que seguía intacto. Las demás estancias de la casa estaban ya prácticamente vacías, abarrotadas de cajas esperando a que mañana a primera hora viniera un camión para trasladar todas nuestras pertenencias a Boston.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y me senté en la cama observando a mí alrededor. Volver allí después de cuatro años me revolvía demasiado. Lo mismo que rebuscar entre mis cosas, pero no me quedaba más remedio si quería que los de la mudanza no se dejaran nada. Me levanté, y como si fuera algo que hiciera todos los días; durante el primer año lo era, luego comprendí que me hacía demasiado daño y que si quería seguir adelante debía intentar olvidar, conseguí ignorarlo la mayor parte del tiempo aunque en fechas señaladas siempre volvía a este lugar; abrí mi armario y agachándome estiré mis manos hacia la parte más honda. Detrás de un motón de jerséis, allí estaba, la caja que contenía muchos de mis recuerdos. Los más maravillosos y dolorosos a la vez.
Me senté delante del mueble cruzando mis piernas, y con que esa caja sobre ellas. Acaricié varias veces con mis manos la superficie mientras sentía como sin poder evitarlo mis ojos se llenaban de lágrimas. Me sabía de memoria cada una de las fotos, cartas y objetos que había dentro, y no por eso dolía menos. Cada vez que la abría me podía pasar horas y horas analizando cada una de ellas. Me temblaban las manos cuando levanté la tapa, pero nada comparado como cuando cogí la primera foto que me saludó de golpe. La levanté entre mis dedos, y una lágrima cayó sobre ella. No era una foto normal, era una ecografía. La primera vez que vi a mi bebé, era del mismo día que me había enterado que estaba embarazada. Allison me llevó al hospital horas después para confirmar que todo estaba bien tras el ataque de pánico con el que me había encontrado. El solo recuerdo me ponía los pelos de punta... todo lo que había pasado después. Pasé mi dedo con delicadeza recorriendo la pequeña silueta casi inexistente, y una triste sonrisa se dibujó en mis labios por todo lo que podía haber sido y no fue.
Dejé la ecografía a un lado, y continué mirando cada foto que aparecía. No tardé en ver una en la que salía aquella persona que seguía poniendo mi mundo patas arriba. En la fotografía besaba mi mejilla mientras yo me reía feliz, muy feliz. Lo odiaba, odiaba a Jayson Brown con toda mi alma, pero más me odiaba a mí misma por tanto tiempo después no haber sido capaz todavía de dejarle de querer. Lo había intentado, lo había intentado todo, pero por mucho que lo negara ante todos, muy en el fondo de mi corazón sabía que una parte de mí siempre lo querría. Y el volver a Boston solo hacía que tuviera miedo a que ese sentimiento aumentara.
Había dejado la ciudad que tanto quería, incluso el estado en el que había nacido, a las pocas semanas de que Jay se fuera a Londres. No podía seguir viviendo allí, todo me recordaba a él y a nuestra historia, y yo necesitaba más que nada seguir con mi vida. Fue entonces cuando Alex apareció para salvarme, le habían ofrecido un puesto en Los Ángeles, en una galería de arte, y no me lo pensé dos veces. Le propuse irme con él y empezar de cero, acabar mis estudios lejos de todo lo que hasta el momento me había hecho feliz. Mi amigo estuvo encantado con la idea, desde aquel momento habíamos sido inseparables. Habíamos compartido piso todo este tiempo, y ahora cuatro años después los dos hacíamos las maletas de nuevo para volver.
Otra foto, esta vez con mis amigas: Hannah, Kiara y, Kat, mi mejor amiga. Porque podía sonar raro, lo era la verdad, pero para mí lo seguía siendo. Creo que separarme de ellas había sido lo más duro de dejar Boston. A Jayson ya lo había perdido, y a mi familia de una manera u otra siempre la tendría, pero a ellas... me había ido sin despedirme. Había desaparecido de la noche a la mañana. Solo le dejé una carta a Kat, me pareció más personal que un simple mensaje, aunque sinceramente en ella no explicaba mucho, por no decir nada. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?
No podía seguir así. Me pasaba los días llorando, con pruebas médicas; todos tenían miedo de que mi cuerpo desarrollara algo negativo, y que el coma que había superado trajera malos recuerdos del pasado. Si me quedaba en Boston seguir con mi vida iba a ser mucho más difícil, los recuerdos, los malditos recuerdos y el maldito Jayson estaban en cada esquina. No podía seguir allí. Su familia vivía en la misma ciudad, Kat era su prima... simplemente tenía que alejarme. No quería tener nada que ver con él ni que él pudiera llegar a saber nada de mí. Y sé que fui egoísta por no dejarle elegir, pero creo que también fue generoso por mi parte el no poner a Kat en un aprieto. No podía hacerle decidir entre Jay y yo. Así que si yo ya no estaba en su vida no había nada que decidir.
Mi realidad había dado un vuelco hacía cuatro años, todo había cambiado en un segundo, y seguramente no todo lo había hecho bien, pero había intentado hacerlo de la mejor manera posible. Había dejado a muchas personas importantes atrás, y en pocos días volvería a compartir con ellos ciudad. No quería ni pensar en lo que ocurriría si llegara a encontrármelos. Ni siquiera mi padre sabía todo de mí, sabía que estaba bien, a que me dedicaba, pero de mi vida personal nada. De hecho podía contar con los dedos de mi mano las veces que lo había visto en estos últimos años. No es que la relación entre ambos estuviera mal o por lo menos peor de lo que era, pero no era tonta, y que George, fuera el marido de la madre de Jayson, sí, se habían casado por sorpresa y sin invitar a nadie hacía dos años, me impedía abrirme con él. Bajo ningún concepto quería que algo de mí pudiera llegar a oídos de Jay.
Como tampoco yo quería saber nada de él, aunque eso era bastante más difícil porque Jayson se había convertido en una estrella del fútbol, era conocido mundialmente. Había ganado varios títulos con su equipo y premios individuales que le habían hecho ocupar horas de televisión y portadas de periódicos y revistas. Todavía me costaba asumir que al pasar por delante de un quiosco o al encender mi televisor podía encontrarme con su imagen. Siempre que era por algo profesional una extraña calidez me recorría el pecho, y no podía evitar sentirme orgullosa de él. Lo había conseguido, había cumplido su sueño. Pero eso conllevaba que la gente también se interesara por su vida personal, y tener que ver imágenes suyas con otras chicas dolía bastante. Ninguna parecía ser nada serio, o eso era lo que indicaban las revistas, sí, no había podido evitar leer alguna de ellas, pero que importaba si era serio o no. Lo que importaba era que no era yo la mujer que estaba a su lado. Y nunca lo estaría.
Mi móvil sonó despertándome de mis pensamientos. Debía ponerme a guardar todo ya, pensé mientras me levantaba cerrando de nuevo el pasado en aquella caja mientras seguía por mi habitación el sonido de la llamada.
–Hola – respondí después de encontrar mi móvil entre los cojines de la cama.
–Hola, cariño – me saludó la voz de aquel hombre que tanto me había ayudado a seguir adelante. Le debía una gran parte de mi presente y futuro – ¿Cómo llevas la mudanza? Acabo de salir de trabajar, ¿te parece que me pase y te ayudo?
–Claro – acepté con una sonrisa – Me vendría genial un poco de ayuda. Estoy algo saturada, y creo que falta poco para que acabe de volver loco a Alex.
La risa al otro lado de la línea me hizo relajarme, y tras unos minutos más de conversación nos despedimos quedando en vernos en un rato. Colgué la llamada, y sentándome en la cama suspiré observando mi fondo de pantalla. El significado del amor había cambiado para mí hacía cuatro años.
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Quiero Amarte#3 Trilogía EDL
Novela JuvenilCuatro años, cuarenta y ocho meses, más de doscientas ocho semanas, mil cuatrocientos sesenta días y más de treinta y cinco mil horas. Ese es el tiempo que Jamie y Jayson llevan sin verse. Cada uno ha seguido su vida intentando no saber nada de la d...