Mi historia

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(POV AKIO)

A veces, justo en ese momento antes de caer dormido, algunos recuerdos de mi pasado asaltaban mi mente, convirtiéndose en una película que volvería a ver mientras dormía. Hoy, sin embargo, tenía la cabeza llena de cada uno de los momentos que viví en esta casa a la que terminamos regresando con una nueva familia.

Resignado a no ser capaz de dormir, cerré los ojos, cubriéndome por completó en el edredón y permití que mis pensamientos empezaran a divagar.


Para empezar, era necesario volver a recordar que existía una emoción que nunca había llegado a experimentar en su plenitud, la soledad. Incluso si alguien se tomara el tiempo de verme, investigar mi historia y se atreviera a preguntarme: "¿No te sentiste solo en algún momento?", probablemente me reiría.

—Yo jamás he estado solo —sería mi aplastante respuesta, seguro de que mi hermano aparecería a mi lado riéndose de igual forma.

¿Cómo sabríamos lo que era sentirse de esa manera, si desde que nacimos estuvimos juntos? Conocíamos el abandono, la traición e incluso el rencor, pero la soledad no. Quizás, si me ponía algo lógico, podría decir que la única ocasión donde estuve realmente solo fueron los quince o veinte minutos en los que debí esperar a que naciera Eita y de eso no recuerdo nada.

Mi primer recuerdo se remonta a nuestro cumpleaños de cuatro años, todo organizado en doble: dos pasteles, dos montañas de regalos, dos comidas favoritas porque ni aun siendo gemelos nos poníamos de acuerdo. Él prefería el curry y yo el ramen, comida de "gente de clase media" como decía nuestro padre, pero que de alguna manera a nosotros nos gustaba. Nunca supe quién nos hizo probar aquellos platillos, cada que intentaba buscar a un responsable solo se me venía a la mente la sonrisa de mi madre y terminé por darle el crédito.

Sin embargo, no era eso lo que hacía ese cumpleaños tan memorable, sino el anuncio de mi progenitor en medio del brindis.

—Ha llegado el momento de que uno de ustedes empiece a prepararse para ser mi heredero —habló con una sonrisa orgullosa y una copa en alto—. No será un camino sencillo, tendrá que renunciar a todo tipo de vida como esos niños de la calle, pero las riquezas y el respeto de la sociedad serán su recompensa en el futuro.

Un discurso maravilloso que ninguno de los dos entendió bien. A esa edad solo pensábamos en jugar, pasar tiempo con nuestros padres y descubrir el mundo. No obstante, la palabra "renunciar" continuaba dando vueltas en mi cabeza mientras los mayores esperaban una respuesta.

Recuerdo haber girado la cabeza para ver a Eita, encontrándome con su mirada tan confundida como la mía y un leve temor oculto en la forma como sus manos se aferraban a su chaqueta.

¿Qué debíamos hacer?

La respuesta era obvia, incluso a mi corta edad.

—Yo lo haré —dije, tomando la mano de mi hermano para darle valor—. Soy el mayor, puedo hacerlo.

La sonrisa de mi padre junto a los delicados aplausos de mi madre fueron el sello de mi sentencia.


A los siete años las clases particulares devoraban mi tiempo desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde, dejándome sin posibilidad de jugar con otros niños. Mi personalidad fue volviéndose reservada al estar rodeado casi todo el tiempo por adultos estirados con cara de caballo. Siempre tenían algo nuevo que enseñarme, algo para corregirme y algo más que buscaran mejorar en mi forma de ser.

—¿Escuchaste? El hijo del señor Akashi volvió a conseguir el primer lugar en el concurso de violín —era una frase que escuchaba constantemente.

Shadow (Aokuro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora