Iniciativa

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(POV KUROKO)

El calor en mi rostro se disparó al instante, recordando el beso con el moreno. Una oleada de nervios impactó contra mi cuerpo, consiguiendo que mis pies se enredaran entre ellos al querer acelerar el paso y terminara cayendo de bruces con las manos extendidas hacia el frente.

—¿Estás bien? —escuché los pasos acelerados de Eita, acercándose rápidamente.

Deseé que la tierra me tragara en ese instante o el tiempo retrocediera unos segundos.

—Sí, perfectamente.

Me puse en pie; aceptando su ayuda, luchando por mantener la vergüenza en lo más profundo de mis pensamientos y conservar la serenidad que me caracterizaba. Sin embargo, podía sentir como un traicionero hilillo de sangre empezaba a salir por mi nariz.

—No, creo que no —replicó, buscando entre sus bolsillos un pañuelo—. Ten, ponte esto.

Acepté la tela, quejándome internamente por mi torpeza. ¿Cómo era posible que volviera a pasarme lo mismo? Presioné el pañuelo deseando que dejara de sangrar. Los recuerdos de mi primer partido en Teiko, rebotaban en mi mente.

—¿No necesitas lentes, Kuroko san?

Aparté la mirada, viendo como Eita revoloteaba a mi alrededor conteniendo la risa. Su expresión preocupada y ligeramente burlona, era tan similar a la que Aomine me había dirigido en el pasado, que hacía difícil el mantenerle la vista por mucho tiempo.

—Solo me distraje —empecé a caminar en dirección a la sala, buscando la comodidad de alguno de los sillones.

—¿Por lo que dije?

Me seguía de cerca, con una sonrisa de lado que aseguraba no dejar pasar el tema tan fácilmente. ¡Digno hijo de Aomine tenía que ser! Cada vez importaba menos la escasa diferencia de edades que teníamos, cuánto más conocía a los gemelos, más seguro estaba que ellos encajaban perfectamente en el tipo de familia que deseaba formar con el moreno.

Detuve el pensamiento antes de que avanzará más allá, sintiendo el calor agolparse en mis mejillas.

—Si —admití—. Me tomó por sorpresa.

Abrió las puertas de la sala para mí, e ingresamos a la espaciosa estancia. Revisé el pañuelo un par de veces comprobando que aún sangraba un poco.

—¿Acaso no lo sabías? —parecía genuinamente sorprendido con mi respuesta—. ¿Nunca te lo dijo? ¿En serio?

Tomé asiento en uno de los sillones individuales, sin retirar la tela que lo protegía. No quería arriesgarme a manchar algo con sangre, resultaba más fácil lavar unas sábanas que todo un mueble. El menor siguió mi ejemplo, sentándose al frente en uno de los sillones largos.

Cuando negué con la cabeza, se dejó caer hacia atrás, silbando.

—Akio va a morirse cuando lo sepa —comentó entre risas.

—¿Qué es tan gracioso? —pregunté con suspicacia.

Me arrepentí al instante el no haber guardado silencio. Alentado por mi curiosidad, la mirada entretenida del menor dejó escapar un atisbo de diversión, entreteniéndose con la situación.

—Aomine san no parece ser del tipo que se va por las ramas, pensábamos que ya te habría besado o arrinconado en algún lugar.

Si hasta ese momento había estado luchando por contener el tono rosáceo de mis mejillas, su comentario no tardó en derrumbar todos mis esfuerzos, logrando que el carmín coloreara mi rostro. Eita aguardaba por mi respuesta, aunque seguramente mi reacción nerviosa ya debía haberle dado alguna pista. Se inclinaba hacia delante esperando, alentándome hablar.

Shadow (Aokuro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora