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Todo ambiente bonito que había en aquella sala fue totalmente extinguido por aquella llamada de teléfono. Baji bufa resignado, intentaba librar al de hebras rubias y negras de cualquier pensamiento estúpido después de lo que había hecho esa noche.

Baji quería hacerle sentir bien, las cosquillas habían sido un intento de ello aunque sólo era el principio.

Maldito Hanma.

Le dolía ver como los ocelos ajenos perdían de nuevo el brillo que había conseguido sacar, incluso podía sentir como temblaba un poco sin apartar la mirada del aparato telefónico.

Quería lanzar el móvil hacía el suelo o pared para romperlo, sabía que no debía hacerlo pero ganas no le faltaban. Sintió como Kazutora le empujaba un poco para tomar el aparato. Dudaba si tomarlo o no, acabando por apretar el botón de aceptar llamada.

— Hanma. . .

Se separó del chico que hablaba con teléfono para sentarse a un lado, observando cualquier gesto que le dijera que se encontraba incómodo. No le importaba patear un trasero o dos, sobretodo si se trataba por Kazutora.

" Kazutora. ¿Donde te has escondido, gatito? No deberías irte cuando tu superior te estaba hablando. "

Podía ver como apretaba sus labios después de seguramente haber escuchado la voz odiosa del jirafa. Apretó los puños por eso, como le gustaría saber que era lo que estaban diciendo.

— Yo. . .

Ver sus ojos cristalinos fue lo que le dio ápice de valor para retirar el móvil del contrario a pesar de las quejas que este le daba, Kazutora mantenía sus ambar ocelos fijamente en los suyos. Temía que dijera alguna estupidez.

— Oh, Hanma. Kazutora no va a volver contigo, será mejor que no vuelva a verte cerca suya o pretendo romper tu cabeza contra una mesa de cristal.

Agresivo, sisea aquella amenaza la cual perfectamente podría cumplir. A la cual Hanma no le había sentado muy bien, pero Baji se sentía bastante victorioso al escucharle y nada más eso, soltarle de repente la pulla.

— ¡Kazutora es y siempre será de la ToMan! Adiós, jirafa.

Colgando y bloqueando aquel contacto para que su amigo no fuera de nuevo molestado, viendo la mirada de cuadros que tenía el de ojos amarillos.

— Tora, ¿qué te parece si vamos a quemar algunos coches?

El recuerdo de la vez que lo hicieron cuando era su cumpleaños le hizo sonreír, asintiendo con la cabeza.

Por una noche mantendría la cabeza despejada, al menos parte de ella.

Ambos menores salieron del hogar Sano después de contárselo a Mikey, al que pillaron en una escena un tanto peculiar. Prácticamente los pillaron a Mikey y Takemichi comiéndose la boca. Esa no se la esperaban. O quizás si.

Caminando a la luz de la luna, ambos jóvenes reían como si no hubiera pasado por poco algo horrible que uno de ellos le provocaría pesadillas para siempre.

— ¿Viste su cara? Takemichi casi y parecía que quería que la tierra le tragase.

Comenta Kazutora, tomado de la mano del de hebras negras, no se habían dado cuenta de ello pero tenían incluso sus dedos entrelazados. Era cálido, su corazón casi aleteaba como un pajarito recién nacido con ganas de volar.

— Estaba tan rojo que casi parecía un tomate, joder. Y creía que nos había salido tonto cuando lo compramos.

La conversación amena fue continuando metiéndose con el pobre chico de cabello teñido, el que seguramente estaría estornudando antes las menciones a su persona.

Ambos miraron a varios lados vigilando que no hubiera nadie, ya habían hechado gasolina encima de un auto y ahora le pasaba un fósforo a Kazutora.

— ¿Me haces los honores, Tora?

— Siempre.

Lanzando el fósforo que acaba de encender, veían como el fuego poco a poco invadía todo el auto. En cierta parte parecía como la llama de sus corazones que empezaban a surgir desde las cenizas. Manos apretadas mientras veían todo aquello, miradas unidas en un mismo pecado, corazón bombeando en un mismo latir.

Baji carraspeó, sin quitar la mirada del auto que se incendiaba para luego pasarla a su acompañante. Kazutora se veía tan lindo ante las llamas de la libertad.

— Kazutora. Da igual el infierno que nos depare, ¿sabes que siempre estaré a tu lado, verdad?

Palabras que internamente escondían una confesión. En respuesta, cabeza ladeo haciendo sonar el cascabel de su pendiente, orbes brillosos de felicidad.

— ¡Si, Kei!

Exclamó antes de que se pusieran a correr entre risas por no querer ser pillados en aquel acto se vandalismo. El cascabel de la pulsera del de hebras negras también sonando en sinfonía al de mechas teñidas.

Sin embargo sentía que alguien les observaba, tenía un mal presentimiento de que algo malo iba a pasar. Pero negó, disfrutaría de aquella noche como si fuera la última que tuvieran juntos.

Entre sueños y alas rotas. BAJITORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora