"No hace falta conocer el peligro para tener miedo, de hecho, los peligros desconocidos son los que inspiran más temor".Alejandro Dumas no iba muy desencaminado cuando escribió eso pero, es que su validez residía en que era imposible no tener miedo.
Personalmente no me consideraba una persona miedosa, me daban igual las arañas, los payasos, la oscuridad... pero tampoco me consideré nunca alguien valiente, pues a pesar de saber que no iba a salir corriendo cuando viera una sombra en el pasillo de casa, nunca había sabido como enfrentarme a mis verdaderos miedos.El mayor quizás era quedarme sola. Pero no de ese tipo dónde por arte de magia todo el mundo desaparece y eres la única humana del planeta.
El tipo de sola que aún estando constantemente rodeada de decenas personas se siente invisible, irrelevante. El sentimiento de ver que te miran pero no ven nada más allá de alguien que...bueno, de vez en cuando está presente pero tampoco es que sea alguien necesario para la existencia de los demás.
Quizás ese también se podía considerar un miedo; el llegar a no significar nada para nadie. Nada realmente importante. Dejar de ser una prioridad o bueno, nunca llegar a serlo.Miedo a vivir en una mentira. Miedo a sentir que no puedes confiar en nadie. Miedo a ti misma. Miedo a no saber cómo salir de esa situación.
De pequeña solo había tres cosas que me aterraban y dos de ellas había conseguido que se quedara en un miedo tonto de una niña de diez años.
Le tenía miedo a las coles de bruselas porque Jonah acabó en una ambulancia casi ahogado por una de ellas y desde entonces nunca quise volver a comer una. Ni siquiera podía verlas porque me ponía histérica.
La segunda cosa eran los fuegos artificiales. Siempre tenía que taparme los oídos con tanta fuerza que me terminaban doliendo las manos, pero era eso o ponerme a llorar también como una histérica.
La tercera era la abuela Jannet enfadada.
Mis ojos no podían asimilar la situación por mucho que parpadeara.
— ¡Menos mal que tus hermanos son unos despistados y siempre se olvidan de que hay una llave de repuesto en el canalón de la esquina! — me gritó — ¡Ya podía yo ponerme a tocar el timbre! ¿Y dónde está Jonah? ¡Había quedado en ir a buscarme a la estación!
—Pe-pero — tragué saliva tartamudeando sin querer. Habían tantas palabras queriendo salir de mi cerebro que se estaba empezando a colapsar — ¿Qué haces aquí? — Fue lo único que pude preguntar.
— ¿No le dices ni un hola a tu pobre abuela favorita?
Pareció indignada.
— Eres la única abuela que tengo, casi es obligatorio que seas mi favorita.
— Cállate y dame un abrazo.
En la lista de cosas que menos me esperaba que pasara ese día yo no lo sabía, pero estaba en mayúsculas y bien grande escrito "Que la abuela Jannet se presente en casa sin que yo supiera absolutamente nada del tema" justo arriba de "Tener a un chico en la habitación que no debería estar ahí con la abuela en el salón".
— Mis hermanos no me habían dicho nada de que venías — me rasqué la nuca con nerviosismo — El timbre no funciona desde hace tiempo abuela...y Jonah... bueno, seguro que está durmiendo... en algún sitio.
—¿Estás sola en casa? — preguntó con las cejas alzadas, sorprendida.
— Si — contesté inmediatamente pensando que era lo mejor para que no sospechara, luego, recordé que mis hermanos existían y tuve que recapacitar mi respuesta — O sea, no. Los gemelos estarán en el patio, los días que hace sol suelen aprovecharlo.
ESTÁS LEYENDO
El precio de los excesos
Teen FictionLos hermanos Jhreskov tienen pocas cosas en común aparte del apellido. Desde la muerte de sus padres han sobrevivido gracias a su banda, los Sabuesos y a una única regla: no mentirse entre ellos. Pueden llegar a parecer una familia ejemplar llena...