2. Coincidencias.

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No tenía muchos recuerdos de mis padres, ni de mi niñez en general, pero si de mis hermanos

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No tenía muchos recuerdos de mis padres, ni de mi niñez en general, pero si de mis hermanos.
Cuando era pequeña me pegaba a mi hermano mayor como un adhesivo y a donde fuera, iba yo con él, como si fuera su bicicleta o ese balón de baloncesto con el que a veces dormía.
Él se solía quejar de que me uniera a todos los planes que hacía porque si iba yo, Jonah venía conmigo y Evan estaba harto de tener correteando a sus dos hermanos pequeños delante de sus amigos. Aunque en ese entonces era muy emocionante, ahora, me negaría en rotundo en acompañar a Evan al parque para verlo jugar con pistolas de plástico.

Quizás ninguno entablamos mucha relación con nuestros padres porque ellos siempre estaban ocupados y nunca pisaban por casa. La abuela Jannet nos había contado decenas de historias de ellos antes de que nos tuvieran y siempre había pensado que parecían más felices antes de que nosotros naciéramos.

Cuando era joven, mi padre, Jonathan Jhreskov se interesó por el dinero, la economía y las inversiones, aunque nunca le había ido muy bien. Evan había heredado el don de hablar de él y posiblemente también el no poder quedarse quieto. Consiguió que su negocio prosperara gracias a la insistencia que tenía con todo, a lo bien que hablaba y a que ser descendiente de inmigrantes de la Unión Soviética le había hecho tener contactos en demasiados sitios.
Pero después de haber crecido y logrado ser bastante objetiva con las cosas, solo eran unos timadores a los que les gustaba demasiado el dinero y todo lo que podían conseguir con el. Siempre habíamos llevado un nivel de vida muy bajo y cuando vieron dinero entrando en la cuenta bancaria se volvieron un poco majaras.

Mi madre, Ada Huston, por el contrario nunca se había interesado por esas cosas. La abuela nos contó que de pequeña era la típica niña que sacaba buenas notas, no salía mucho de casa y nunca desobedecía a sus padres. Los Jhreskov y los Huston habían sido vecinos durante mucho tiempo, pero cuando la familia de Ada murió, su casa se puso en venta y pasó a pertenecer a los Petterson, la familia de Samuel.

A Jannet no le hacían demasiada gracia los sabuesos. Su marido pertenecía a la banda, pero ella se mantuvo al margen en cuanto fue capaz. Lo intentó con sus hijos, pero a Jonathan le pareció buena idea seguir con el legado de su padre y más tarde, implantarlo en nosotros. Se había negado en rotundo a dejar Toronto y mucho menos el barrio.

Una de las pocas cosas que recordaba de mis padres eran sus voces. Aún, si cerraba los ojos e intentaba imaginarlos, la voz de mi madre retumbaba en mi cabeza pidiéndome que me acercara a casa de Samuel a robarle los antipsicóticos que le habían recetado a su madre.

¿Sabéis ese tipo de hijo, normalmente en una familia grande, que nunca hace lo que le mandan?

Ese hijo era yo.

— No te creo. No le defiendas.

La mirada de mi mellizo me estaba pidiendo a gritos que me sentara y lo dejara pasar.

— Te lo estoy diciendo yo, Noíva — insistió— Él no ha tenido nada que ver.

— ¿Y qué cojones ha pasado? — le pregunté — ¿Quién ha sido y porqué? ¿Los verdes? ¿Han sido ellos?

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora