5. Cuestión de tiempo.

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Estaba segura de que Evan se enfadaría conmigo por gastarme dinero en un vestido, aunque hubiese sido una mísera cantidad, sobretodo porque él lo hubiera invertido en su colección de sudaderas o decoración para su habitación de la fraternidad

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Estaba segura de que Evan se enfadaría conmigo por gastarme dinero en un vestido, aunque hubiese sido una mísera cantidad, sobretodo porque él lo hubiera invertido en su colección de sudaderas o decoración para su habitación de la fraternidad. Teníamos el dinero justo para sobrevivir porque el estado estaba obligado a darnos una pensión por orfandad, pero Evan terminaba pidiéndole más a la abuela y como era el favorito, siempre se lo daba. Aunque desde pequeños nos las apañábamos para sacar dinero extra de dónde fuera.

La abuela Jannet nos había criado para que supiéramos ahorrar y no malgastar el dinero, como si ella supiera que nuestros padres faltarían en algún momento y tuviéramos que llevar nosotros todas las responsabilidades económicas.

Ella vivía en Quebec con mi tía Thalía, su marido James y sus tres hijos: Theo, Travis y Trevor. Eran los únicos Jhreskov que estaban en el país, los demás hijos de la abuela Jannet vivían en Ucrania. Ellos habían huido de Swansea y de todo lo relacionado con los sabuesos.

Piper había insistido en llevar todas las bolsas y andaba como una niña pequeña con un juguete nuevo entre las manos. Matthew y Nathaniel salieron escopetados varios minutos antes que nosotros, sin decir nada. Las miradas que se echaban entre ellos antes de irse hablaban suficiente de por sí.

Fuera del centro comercial hacía frío y Samuel empezó a tiritar, por lo que fue el primero en proponer esperarnos en su Jeep. Piper le acompañó y Nicolas y yo continuamos caminando para avisar a su primo y a Nathaniel de que nos íbamos.

Nicolas no era de muchas palabras, aunque la mayoría del tiempo estaba demasiado distraído como para incorporarse en una conversación.

— ¿Crees que es buena idea interrumpirles? — murmuró mientras se miraba las zapatillas a cada paso que daba. Había charcos demasiado grandes en el asfalto del aparcamiento pero por lo menos había parado de nevar. Salía vaho de nuestras bocas y yo me abroché hasta arriba la chaqueta de los sabuesos.

La pregunta de Nicolas me hizo alzar una ceja.

— ¿Porqué sería mala?

Evan se enfadaba a menudo conmigo porque siempre insistía en estar al corriente de todo, aunque no me interesara en absoluto y ese momento era un claro ejemplo.

Estaban junto a una furgoneta negra con las lunas tintadas y acompañados de tres personas más, uno de ellos era Alexander y los otros dos, completos desconocidos.
Una caja cuadrada envuelta en una bolsa de basura negra acabó en las manos de Nathaniel, uno de los desconocidos de la dio.

— Noíva... — insistió Nicolas — Vámonos, ya nos habrán visto —suplicó, pero mis pies no quisieron detenerse. Incluso intentó agarrar mi brazo con sus manos huesudas, pero no consiguió pararme.

Alexander le pegó un codazo a Nathaniel cuando me vio acercarme a ellos y todos se despidieron demasiado rápido. Los desconocidos se montaron en la furgoneta antes de que yo llegara y Alexander en su moto. Ambos salieron del aparcamiento.
Nathaniel y Matthew se quedaron solos de nuevo.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora