13. Prioridades.

21 0 0
                                    



— Te he dicho que no puedes venir conmigo.

Mi ceño se frunció instintivamente al volver a recibir un no como respuesta. No podía negar que me había sorprendido, incluso hasta ofendido. ¿Como que no podía ir con él?

Conocía a Nathaniel desde los cinco años.
Bueno, en realidad nuestros padres habían sido amigos desde tiempos inmemoriales, pero el primer recuerdo que tenía de él era varios años más tarde.

Solía pasar mucho tiempo en mi casa porque sus padres no tenían a nadie que pudiera cuidarlo cuando iban a trabajar y casualmente los Jhreskov, sus socios, tenían unos cuantos hijos de edades similares a la del suyo para que pudiera entretenerse.

El Nathaniel de cinco años tenía unos inmensos ojos grises que me tenían fascinada siempre que los veía. Eran tan grandes, tan brillantes y con unas pestañas tan tupidas, que era muy difícil dejar de mirarlos. La maraña de cabello rizado y oscuro era completamente igual pero quizás de pequeño lo tenía más largo porque sus padres no tenían tiempo para fijarse en él.

Fue sorprendente verlo crecer.

Cada semana crecía al menos tres centímetros, quitándome por completo la oportunidad de en algún momento ser más alta que él. Llegó al metro ochenta a los quince años y se empezó a tatuar a los dieciséis, cuando comenzó a obsesionarse con ir al gimnasio, con el tabaco y con el alcohol.

Pronto, el niño que parecía callado y encantador de ojos grandes que comía tarta de calabaza con la abuela Jannet en el salón de mi casa, pasó a ser un narcisista con demasiadas carencias emocionales que le hacían tener una personalidad y una actitud que apestaban.


[ Diez años antes]

— ¡Evan me ha dicho que no! — mi voz chillona salió con cólera de mi boca a pesar de que llevaba días tomando esas chucherías agrias y duras que mamá me daba a escondidas de vez en cuando para que no me enfadase. Me crucé de brazos como lo hacía la abuela cuando se enfadaba con Luke y Jonah y esperé a que el niño frente a mi notara cuán enfadada estaba al respecto.

— ¿Cómo te ha podido decir que no? — preguntó con una expresión de confusión. Nate estaba sentado en el pequeño banco del porche que papá había instalado para que Holden y yo viéramos tranquilos a los demás jugar en el jardín delantero.

— ¡Siempre me dice que no! — me quejé — Desde que tiene catorce años cree que es un niño mayor y ya no quiere llevarme con el.

— Cuando yo sea mayor te llevaré a donde quieras cuando quieras — afirmó bastante seguro, haciéndome sonreír; Nate nunca me decía que no.

Las cosas habían cambiado bastante desde entonces: yo ya no le llamaba Nate, el banco del porche había desaparecido en cuanto mis padres murieron y el jardín delantero se había transformado en un césped muy poco cuidado donde ya no crecían flores, solo había basura y charcos de barro constantemente.

— ¿Hablas enserio? — pregunté sujetando debajo del brazo un casco negro que había sacado a la fuerza del maletero del coche de Evan — No te pediría ir contigo si tuviera otra opción. No quiero quedarme aquí y Sadie y Avery están demasiado borrachas para conducir y acercarme a casa.

— Pues claro que hablo enserio— su moto rugió al introducir la llave — ¿Después de la que he liado allí abajo crees que les hará gracia que te vengas conmigo? Además, tengo cosas que hacer.

—¿Vas a hacer algo que Evan te ha dicho que me tienes que ocultar?

—¿Tal vez? — respondió con un tono interrogativo que me daba a entender que no sabía muy bien lo que me tenía que contestar para no meterse en un lío.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora