Recordaba la sensación de mis diminutos pies caminando por la arena blanquecina de la playa mientras iba agarrada de la mano arrugada de mi abuela Jannet. Tenía aproximadamente siete años y mientras Holden y yo no nos separábamos de la vera de mi abuela, los demás correteaban de un lado a otro levantando la arena y salpicándonos las piernas cuando pasaban cerca de nosotros.Jannet había conocido al abuelo en aquella playa cuando eran adolescentes y después de que él muriera, le encantaba llevarnos.
Nos hacía sándwiches de mermelada y nos vigilaba desde la toalla cuando decidíamos correr al agua.A pesar de que creíamos que Evan era su favorito, Holden y yo éramos los que no nos separábamos de ella. Mi hermano pequeño siempre había sido un tanto retraído, y a mi, por otra parte, me incomodaba estar con mis hermanos cuando ellos hacían amigos sin ningún tipo de problema y jugaban a tirarse barro como si no hubiera un mañana.
La situación en ese momento era un tanto distinta. La arena húmeda bajo mis pies se sentía como un dejavú pero al menos no había ningún tipo de bola de arena volando por los aires con peligro de caerme en la cara y la abuela, irónicamente, había sido sustituida por un chico alemán un poco borde.
Cuando los dedos de mis pies tocaron el agua por primera vez me arrepentí de haber seguido a Dedrik hasta allí. Quería darme la vuelta y salir corriendo de vuelta a la furgoneta, con mis botas gruesas y mi chaqueta cubriéndome del frío. Los dos estábamos tiritando, pero ninguno se quejó. Me estaba abrazando a mi misma intentando quitarme el frío e intentando pasar desapercibida. El pelo mojado se pegaba a mi espalda y parecía que tenía un bloque de hielo pegado en toda ella.
Sadie y Avery se alegraron al verme, pero yo no quise que se acercaran porque estaban empapadas y un tanto borrachas como para controlar si debían tirarse sobre mi o no. Matthew también se alegró, pero estaba demasiado ocupado persiguiendo a su primo para intentar ahogarlo como para dirigirnos la palabra.
Dedrik se giró varias veces para comprobar si aún no había echado a correr y pareció sorprenderse al verme tras él una vez el agua nos llegó a la cintura. Me daba vergüenza estar ahí, pero mas vergüenza me daría salir corriendo a esconderme. Toda la atención estaría en mi.
— ¿Ves? Nadie te está mirando — me murmuró.
— ¿Has pisado algún erizo ya? — dije evitando sus palabras.
El se quedó inmóvil repentinamente y mi pecho chocó contra su espalda desnuda. Se notaba a kilómetros que las manos le temblaban por el frío y no paraba de ojear el agua intentando saber si había algo por debajo de la superficie. Toda la piel de su cuerpo estaba erizada y el agua se movía con agresividad golpeándonos por culpa de la gente que había en ella.
— No bromees con eso, como me ingresen a mis padres les da un infarto. Ni siquiera saben que estoy aquí.
—¿Tienes cinco años? — solté sin pensar — ¿Aún a tus padres les importa dónde y con quién estás?
— Prefiero no hablar del tema ahora mismo.
— Os lleváis bien ¿eh?
Sadie y yo éramos de las últimas en salir del agua. No sabía cómo estarían las suyas, pero por mis extremidades había dejado de correr la sangre con normalidad. Estaba congelada.
— ¿Te refieres a Dedrik? — le pregunté. La rubia asintió escurriéndose el agua que su pelo almacenaba. Su cuerpo esbelto se movía por la arena con agilidad y me fue inevitable querer saber de dónde sacaba tanta energía. Llevaba un tanga diminuto que no le cubría demasiado y nunca llevaba sujetador.
— ¿Él te ha convencido para entrar en el agua? Es todo un logro, deberíamos agradecérselo — opinó hablando totalmente enserio.
— No me ha convencido de nada. Deja de darle las gracias a todo el mundo.
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El precio de los excesos
Подростковая литератураLos hermanos Jhreskov tienen pocas cosas en común aparte del apellido. Desde la muerte de sus padres han sobrevivido gracias a su banda, los Sabuesos y a una única regla: no mentirse entre ellos. Pueden llegar a parecer una familia ejemplar llena...