11. La belleza de lo peligroso.

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Evan conducía a una velocidad tan reducida que empezaba a ponernos a todos nerviosos

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Evan conducía a una velocidad tan reducida que empezaba a ponernos a todos nerviosos. Varios coches nos adelantaron en un santiamén cuando entramos a la carretera principal y yo me removí en mi asiento bastante inquieta sin poder escuchar bien del todo la canción que sonaba de fondo en la radio. Estaba atardeciendo y las bolsas de comida sobre mis piernas se estaban enfriando poco a poco.

Samuel ocupaba el lugar del copiloto.
Con la paciencia que tenía, era el único que no se vería impulsado a gritar a Evan por ir tan despacio. Por esa razón yo estaba entre Quentin y Dedrik, sintiéndome bastante pequeña al estar encogida en mi asiento por la falta de espacio.
Dedrik tenía las rodillas muy separadas, haciendo que las mias se aplastaran entre ellas y Quentin estaba inclinado metiendo la cabeza entre los dos asientos delanteros para hablar con más facilidad con Samuel y mi hermano sobre los planes para esa noche.

El alemán miraba por la ventana sin prestar ninguna atención a las preguntas de Quentin, pero cada vez que le apartaba una de sus piernas para poder tener más espacio, me miraba y se quejaba. Llevaba puestos unos vaqueros sueltos  y una sudadera sin capucha que dejaba ver el cuello de lo que parecía una camisa. Dos cadenas plateadas adornaban su cuello y el plumífero negro que llevaba abultaba. Traía consigo esa vieja cámara de fotos que tenía rondando por su habitación.

— ¿Habías venido alguna vez a la bahía?

Abracé la bolsa de cartón que contenía comida oriental pegándola a mi pecho. Quentin se movía sin cuidado alguno haciendo que las cervezas que el sujetaba en su regazo se menearan constantemente y me golpearan las piernas.

— No — contestó sin siquiera mirarme, estaba entretenido admirando como cruzábamos el puente que daba acceso a la bahía. Yo no acababa de acostumbrarme a que aveces su tono de voz sonara tan ausente.

¿Sería verdad que mis preguntas le molestaban?

—Yo siempre vengo por obligación — admití en voz baja y entonces, el me miró con una ceja elevada.

—Evan nos convenció de que sería divertido, según él así nos integraríamos mejor. No sé, tiene un concepto de socializar que escapa de mis límites.

—¿Eres de primer año?

— Estoy acabando segundo. Entré a la fraternidad al empezar este curso, pero no suelo salir.

Era al primer universitario al que le oía decir eso.

— ¿Y él? — señalé con el pulgar a Quentin, quien continuaba hablando con esa tela negra delante de su boca y nariz. Estaba obsesionado con la contaminación que había en la ciudad, aunque a Evan se le había escapado alguna vez que era porque tenia complejo con su boca. En realidad había posibilidades de que Evan tuviera razón, no sé, Quentin era un tío un poco extraño que tenía el pelo decolorado y con unas cuantas cicatrices atravesando sus labios y barbilla que intentaba disimular con piercings y mascarillas hechas en Japón. Pero la verdad es que yo personalmente ni siquiera me había fijado, pero daba igual, la tía Thalía siempre había dicho que mi forma de ver la realidad estaba distorsionada y que no pensaba del todo como las demás personas. Yo pensaba que simplemente no le daba importancia a cosas que no la tenían.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora