—¿Quentin dormirá en el patio? —bromeé dándome la vuelta para mirarle. Tenía la cara iluminada tenuemente por las luces decorativas que tenían ambos colgando de las estanterías.
No esperaba que Quentin nos acompañara, pero una vez allí, la situación me puso más nerviosa de lo que inicialmente pensé.—¿Tienes pensando quedarte a dormir? Yo pensé que solo querías subir para huir de todo eso de ahí abajo —murmuró refiriéndose a la pequeña reunión de antes— ...robarme un par de cosas, quizás arrastrarme hasta carreras ilegales... y luego te irías.
¿Eran imaginaciones mías o estaba bajando el tono de voz?
La música de la fiesta aún sonaba pero en un volumen muchísimo más bajo. También se oía el bullicio de universitarios yéndose y posiblemente si nos asomábamos a la ventana veríamos el cúmulo de gente pensando en cómo volver a sus casas.
—¿Y porqué me encerrarías aquí contigo si pensaras eso? —le reté.
—Para que no tengas tentaciones de escaparte demasiado pronto.
Le miré a los ojos mientras se acercaba a mi discretamente, como si ninguno de los dos nos diéramos cuenta de que apenas nos separaban diez centímetros. De que sus zapatillas se rozaban con mis pies descalzos y de que casi podía saborear el chicle de menta que tenía en la boca solo por el olor de su aliento llegando a mi nariz.
—Normalmente el que suele escapar eres tú.
Le recordé cómo huyó de mi casa sin si quiera despedirse el último día que le vi y de paso todas las veces que había desaparecido de la nada.
El sonrió.
—Quentin se irá a su casa esta noche.
—¿Solo porqué tú se lo has pedido?
Se relamió los labios aún sonriente mientras no despegaba sus ojos avellana de mi.
Nos diferenciaban pocos centímetros, pero el siempre parecía mucho más alto porque iba muy rígido. Tenía ambas manos metidas en los bolsillos de sus pantalones y la camisa desabrochada hasta el abdomen.—Ya tenía acordado con su familia ir. Simplemente le he dicho que si necesitaba algo de la habitación se lo tiraría por la ventana.
Me reí haciendo un gesto con la mano y rompiendo la tensión que se había creado alejándome de él. Solté mi calzado dejando que acabara en el suelo de forma despreocupada.
Como siempre, el lado de Dedrik en la habitación estaba impecable, impoluto, como si pretendiera alquilar su parte a alguien, como si él no viviera ahí. La cama echa a la perfección y todos sus CDs de música perfectamente ordenados, seguramente por orden alfabético.
—Mejor —terminé diciendo sintiendo su mirada clavada en mi espalda. Estaba siguiendo atento todos los movimientos que hacía. Seguramente juzgaba mi forma de observar su perfeccionismo
— Así duermo en su cama.—No quisiera decírtelo así porque me tachas de narcisista, pero, estoy casi seguro al cien por cien de que mi cama es mucho más cómoda.
Se oían gritos fuera mientras yo me reía.
—No lo sé, nunca la he probado.
—¿Quieres hacerlo?
Las mejillas me ardieron segundos después de oírle hablar e intenté esconder mi cobardía dándome la vuelta mientras apoyaba las nalgas en el gran escritorio que destacaba en la habitación. Terminé sentándome dejando que mis pies colgaran.
—¿Tienes novia? —salió por mi boca sin yo poder controlarlo.
Alzó las cejas a la vez que sacaba las manos de los bolsillos. Mi pregunta había logrado sorprenderle. Empezó a desabrocharse el cinturón.
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El precio de los excesos
Teen FictionLos hermanos Jhreskov tienen pocas cosas en común aparte del apellido. Desde la muerte de sus padres han sobrevivido gracias a su banda, los Sabuesos y a una única regla: no mentirse entre ellos. Pueden llegar a parecer una familia ejemplar llena...