14. Los caprichos del destino.

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El amplio portal del edificio de Avery siempre había sido frío, pero en ese momento parecía que la temperatura una vez dentro no había cambiado respecto a los grados que había fuera por culpa de la lluvia. 
Avery vivía en un callejón de las calles principales y el edificio no era ni de lejos uno de los más recientes ni modernos, pero resultaba acogedor.
Caminé detrás de ella atravesando toda la recepción, donde algunos vecinos se encontraban charlando con el portero en los viejos sofás grises que había antes de llegar al ascensor.

Animadamente, Avery les saludó entablando una corta conversación con la señora Mayard del tercero, mientras yo pulsaba repetidamente el botón del ascensor impaciente porque llegara.

—¿Tanto tiempo viniendo y aún crees que porque le des más veces va a bajar más rápido? — preguntó sonriendo y yo asentí. Era muy impaciente para ese tipo de cosas, no estaba acostumbrada a los ascensores. Cuando la puerta se deslizó dejándonos entrar al cubiculo, Avery pulsó el número cinco a pesar de vivir en el once.

— ¿Ha vuelto a dejar de funcionar? — le pregunté sintiendo bajo mis pies como el viejo ascensor se deslizaba hacia arriba dando pequeños tambaleos. Hacía meses que no iba, pero seguía sonando tan mal como siempre. En cualquier momento caeríamos en picado.

— El ascensor funcionar, funciona — alegó— Pero las puertas del sexto para arriba no se abren ni un poco — se rió y me llevé las manos a las sienes preparándome mentalmente para el ejercicio físico que tendría que hacer en pocos segundos para llegar hasta el apartamento de Avery.

—Al menos sube hasta el quinto — murmuré cuando las puertas chirriaron al abrirse. La pared blanca principal de la planta tenía un gran y perfecto cinco dibujado en ella con pintura negra.

— Esa es la actitud — golpeó varias veces mis nalgas con ambas manos metiéndome prisa para empezar a subir las escaleras.

Doscientas tres escaleras después,  Avery me había adelantado por mucho.
Parecía que tenía prisa y desde luego subía las escaleras de dos en dos con mucha más ligereza que yo. Sofocada y a punto de llegar a la décima planta escuché a Avery hablar. Por un momento pensé que se dirigía a mi y un sonoro '¿qué?' salió de mi boca.
Me llevé una sorpresa cuando alcé la mirada tras haber subido el último escalón. Esperándome a una Avery sola, aguardando a mi llegada para subir la última tanda de escaleras conmigo.
No fue así.

— ¿Nora? — Otra vez con la bromita de llamarme por un nombre que no me pertenecía — No pensé que tu forma de acosarme llegaría tan lejos.

Mi cara en ese momento debió ser graciosa porqué Avery soltó una carcajada tras mirarme.

— ¿Crees de verdad que vendría a la otra punta de la ciudad solo para acosarte? Es bastante egocéntrico de tu parte.

— Bueno, me demostrarías que efectivamente eres una psicópata. Ya tengo bastantes pruebas recopiladas — contestó masticando un chicle con su típico rostro inexpresivo.

— ¿Recopilas pruebas relacionadas conmigo? — alcé una ceja intentando disimular que aún respiraba con dificultad después de subir todos esos escalones — Eso dice más de ti que de mi, Derek.

—¡Bueno! — interrumpió Avery antes de que él pudiera mover los labios para responderme. La morena dio una pequeña palmada en el aire y nos miró por unos segundos. La tensión que había en ese rellano se podía notar como si fuese un terremoto — ¡Que cosas tiene el destino! ¿A que si? — habló y ambos asentimos sin despegar la mirada el uno del otro.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora