8. Rumores.

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Oía voces gritando con fuerza, cómo arrastraban cosas de un lado para otro, como los muebles eran golpeados y sobre todo, oía quejas continuamente, pero todo estaba oscuro

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Oía voces gritando con fuerza, cómo arrastraban cosas de un lado para otro, como los muebles eran golpeados y sobre todo, oía quejas continuamente, pero todo estaba oscuro. Pensé que estaba soñando.

Pude abrir los ojos minutos más tarde, cuando me desvelé por completo al oír el sonido de una puerta al abrirse.
Esperé encontrarme con una habitación a oscuras por culpa de la noche y a uno de mis hermanos rondándome dispuesto a gritarme. No recordaba nada de lo que había sucedido a partir de... ¡mierda, la bañera!

Sobresaltada me incorporé en la cama acostumbrándome a la luz. La cabeza me dio vueltas por unos segundos y la claridad me hizo daño en los párpados. ¿Era de día? Tenía un mal sabor de boca y ganas de vomitar. ¿Dónde estaba?

La habitación estaba pintada de color crema y había unas cuantas fotografías de paisajes por la pared. Mis pies colgaron rozando el suelo cuando me giré para salir de esa cama. Al otro lado, había una exactamente igual, con las sábanas perfectamente acomodadas, unos cuantos cojines sobre ella y una cámara de fotos. La luz entraba por una ventana enorme en medio de la pared, y a los lados, habían estanterías que era obvio que no pertenecían a la misma persona.

— Espero que hayas dormido bien — no fui consciente de lo que me dolía la cabeza hasta que su voz atravesó mis tímpanos y yo hice una mueca de dolor ¿Porqué hablaba tan alto?

Un chico muy alto estaba junto a la puerta de madera clara. Tenía el pelo de color ceniza y una mascarilla negra le cubría la nariz y la boca. Parecía salido de uno de los cómics que coleccionaba Samuel de pequeño.
Era el chico con el que estaba Dedrik en el tejado.

— ¿No dormiste bien? — preguntó al verme tan confusa y luego se rascó la nuca, incómodo.

— ¿Qué hago aquí?

Mi mirada se posó en mi ropa. Llevaba puesta una sudadera azul con un jaguar amarillo en el centro y mi vestido parecía seguir debajo.
Al menos no me había desnudado enfrente de nadie. El casco de mi moto estaba junto a mi abrigo a los pies de la cama.

— Parece malo pero podía haber sido peor — dijo — Dek quería dejarte durmiendo en la bañera.

Ese bastardo alemán...

— Entonces, ¿tus padres son alemanes? — pregunté arrastrando las palabras. Su método de emborracharme para hacerme callar no había funcionado él como esperaba, le estaba bombardeando a preguntas desde hacía diez minutos.

— Toda mi familia.

Y se volvió a callar, como hacía continuamente.
Me daba respuestas cortas que nunca superaban las tres palabras y luego fumaba y me sonreía con los labios prensados. ¿A caso le incomodaba hablar de él mismo?

— ¿Es bonita Alemania? — pregunté de nuevo — Nunca he salido del país.

Eso pareció sorprenderle, fue la primera mueca distinta que logré ver en él.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora