22. La deseada libertad.

12 0 0
                                    


Me estaba empezando a agobiar envuelta en esa situación, pero la verdad era que en cuánto un vaso lleno hasta arriba llegara a mi mano derecha, me iba a dejar de importar que hubiera esa cantidad de gente allí dentro.

La gente se retozaba unos con otros y viceversa, sudaban, bailaban, bebían, reían y yo al otro lado de la cocina veía toda la situación como si estuviera viendo una película.

No iba a mentir, por un momento me puse un poco sentimental de que el año estuviera acabando, pero si empezaba a llorar le echaría la culpa a la neblina que había a causa de todo el mundo que estaba fumando.
Las luces de colores te golpeaban en la cara por pocos mili segundos y cada poco una persona distinta te empujaba sin querer. Si tenías suerte tu vestimenta o tú mismo no acababas empapado con cualquier tipo de líquido desconocido.

La música cesó para comenzarse a oír un pitido proveniente del dichoso megáfono que tanto le gustaba utilizar a Oliver u Owen, o como fuera que se llamara ese jaguar. Estaba subido en una mesa de pimpón al lado contrario de donde estaba yo. Llevaba la camisa desabrochada y la corbata que antes seguramente había tenido bien colocada alrededor del cuello ahora la tenía atada a la cabeza.

— Creo que por aquí alguien se lo está pasando bien — gritó eufórico haciendo que todos le acompañaran con gritos — Esto solo es un recordatorio de que en menos de diez minutos los fuegos artificiales estarán en el cielo y podremos despedir esta mierda de año. Así que aprovecho para que todo el mundo que esté haciendo cosas indebidas como drogarse en las habitaciones, follando o ambas cosas a la vez, tengan el placer de bajar y disfrutar con los demás de esta celebración. ¡Además, que no se os olvide que los besos traen suerte y si os ponéis debajo de la mesa dicen que encontraréis pareja!

Dio un saltó para abandonar la mesa y los altavoces volvieron a retumbar a nuestro alrededor.
Sadie propuso una ronda de chupitos y luego otra y otra más. En cuatro minutos dos botellas habían sido devoradas por los primos, Samuel y nosotras tres.

Maldije cuando tuve que beber un trago demasiado largo de mi copa para calmar el ardor que persistía en mi garganta y estómago. Estaba apoyada en una de las columnas que se encargaban de intentar separar visualmente la cocina del resto intentando no toser, porque como lo hiciera vomitaría. Los demás, un poco apartados de mi, seguían metidos en la competición de cuantos chupitos eran capaces de beber antes de que los fuegos artificiales sonaran. Matt se tomaba demasiado enserio las apuestas y Sadie las competiciones.

— Que me encuentro por aquí... una ladrona volviendo al lugar del robo.

Giré la cabeza sin preocuparme si quiera en intentar disimular que estaba sonriendo. Hacía días que no escuchaba su voz.

Dedrik estaba a mi izquierda apoyado en la esquina de la columna con los brazos cruzados. En lo primero que me fijé al verlo, fue en que se había cortado él pelo y quise culpar al alcohol pero casi se me escapa decirle que era el chico más guapo que había visto nunca. Sonreía enseñándome los dientes mientras yo le observaba. Llevaba una camisa negra, probablemente la única que tenía. Tenía las mangas arremangadas de una forma cuidadosa en sus codos y estaba abotonada hasta el último botón, pareciendo que le asfixiaba el cuello.

— Hasta que no haya pruebas tú sentencia sigue siendo poco fiable. Espero que no me hagas llamar a mi abogado.

— Preferiría que el asunto lo resolviéramos entre tú y yo sin tener que llegar a un juzgado — asintió con la cabeza fingiendo estar serio. Su mandíbula estaba apretada y miraba al frente — Acabo de salir de prisión y no me gustaría acabar otra vez en ella porque sobornaras a los jueces.

Me fue imposible contener la risa y me giré por completo para estar frente a frente.

— ¿Eres un exrecluso? ¿Tienes la condicional? — bromeé — Eso es muy sexy pero dice más de ti que de mi. Una pobre chica indefensa siendo culpada de ladrona por un criminal. No te va a creer nadie.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora