17. Vicios y apuestas.

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Si alguna vez me preguntaban mis cualidades desde luego que no diría la capacidad de persuasión o convicción, por lo que esa noche acabé muy sorprendida de que Dedrik, para ser Dedrik, me hiciera caso sin rechistar y sin tener que dar demasiados argumentos de porque me tenía que hacer caso.

Su coche acabó aparcado delante de mi casa más de media hora después de que estuviéramos en esa incómoda bañera. No era la primera vez que me traía a casa, pero se sintió diferente porque nunca había cruzado el umbral de la puerta, y menos conmigo al lado pegada a él como una lapa para intentar que no hiciese ningún tipo de ruido al caminar por el parqué con las botas que había decidido ponerse. Holden y Luke debían de estar durmiendo desde hacía varias horas y ambos compartían un sueño muy profundo donde ya podía caer una bomba en el vecindario que no se enterarían, pero obligué a Dedrik a caminar con cuidado porque no quería tener ninguna situación incómoda en relación con mis hermanos y un chico alemán de la universidad de Evan.

Quizás lo más difícil de la noche fue obligar a Dedrik a quedarse fuera de mi habitación mientras yo me cambiaba de ropa y recogía todo lo que me iba encontrando por el camino. Mi habitación era todo lo contrario a la suya, con trastos por todas partes menos en los lugares que tendrían que ir.

—¿Qué estás haciendo?¿Puedo entrar ya? — preguntó con un susurro entre el pequeño hueco que había por no haber cerrado bien la puerta.

Tiré los últimos cojines encima de la cama y escondí ropa sin doblar en el armario.
Caminé hacia la puerta y la abrí lentamente encontrándome con su cara magullada envuelta en una mueca de desagrado. A veces pensaba que no le caía bien.

—¿Era aquí a donde me querías traer? ¿A tu habitación? — alzó una ceja sin disimular su forma de analizar cada centímetro de la habitación. Lo primero que hizo fue mirar al techo para comprobar si la estrellas que me había puesto Evan seguían allí. Sonrió al verlas — ¿Me estás queriendo decir algo?

—Cállate — le pedí en un tono desesperado mientras me retocaba rápidamente el maquillaje en el espejo que colgaba de la pared. A él le dio curiosidad lo que estaba haciendo y se colocó detrás de mí para observarme a través del cristal. —¿Qué?— me atreví a preguntarle.

—¿Crees que eso podría tapar... esto? —se señaló la cara. Tenía un ojo morado, una herida en el tabique y el labio partido.

— ¿Me estas pidiendo que te haga un favor?

Pensé que su semblante serio empeoraría aún más y me clavaría esas pupilas oscuras con desprecio como hacía siempre, pero sorprendentemente, sonrió.

— No te lo pediría no fuese de vida o muerte. Odio que me toquen la cara.

—¿Insinúas que tus padres serían capaces de matarte?

— No lo insinúo — negó con la cabeza — Lo afirmo. Esto es una tontería comparado con lo que me pueden hacer ellos —volvió a señalarse.

Puse los ojos en blanco y me fue imposible no reírme, el me imitó.

Dedrik estaba un poco fuera de lugar. Y con un poco quería decir mucho.
No se negó a montar en la moto conmigo y eso ya fue otro pequeño logro esa noche. Nathaniel me hubiera obligado a ocupar el sitio trasero.

Al parecer al alemán le gustaba la velocidad y cada vez que aceleraba sentía como apretaba más fuerte los laterales de la moto porque también apretaba las piernas contra las mías buscando estabilidad. No le había ofrecido agarrarse a mí porque me daba vergüenza y porque seguramente me diría algo como "¿Es una excusa para que te toque?" y eso me daría aún más vergüenza.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora