Los hermanos Jhreskov tienen pocas cosas en común aparte del apellido.
Desde la muerte de sus padres han sobrevivido gracias a su banda, los Sabuesos y a una única regla: no mentirse entre ellos.
Pueden llegar a parecer una familia ejemplar llena...
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—¿Porqué me has traído aquí? Te he dicho que Samuel suele leerme libros para distraerme y que me tengo que tomar esas malditas pastillas.
— Eso es una chorrada. No tienes que drogarte para calmarte.
Le di una mala mirada.
— Son drogas recetadas, que para tu información, tampoco es que me quiera tomar, pero Jonah se queda más tranquilo si lo hago. No me quiero ni imaginar la cara que se le quedará cuando se entere de lo que ha pasado.
Dio varias vueltas a la llave y la puerta se abrió permitiéndonos el acceso. Unos cuantos jaguares nos habían mirado con confusión cuando nos vieron subir por las escaleras a mucha distancia. Las piernas de Dedrik eran largas y no tardaba nada en dejarme atrás, pero creo que simplemente les extrañó ver al alemán acompañado; Evan me había dicho que era bastante solitario.
Su habitación estaba a oscuras, había anochecido hacía más de dos horas.
Cuando encendió la luz y caminó hasta el centro de la habitación quitándose las zapatillas, me quedé estática sin saber muy bien que hacer, con el corazón aún palpitándome con agresividad. El lado de Dedrik estaba ordenado a la perfección. Tenía la cama hecha y los cojines perfectamente colocados. En su estantería habían CDs de música, una colección de mecheros impresionante y la cámara que había visto días atrás. ¿Él habría hecho todas las fotos que inundaban la habitación?
El lado de Quentin era un desastre.
— ¿A qué edad te lo diagnosticaron? — no me esperaba esa pregunta.
— ¿El trastorno? — pregunté solo para tener más tiempo para pensar en lo que diría. No hablaba de ese tema con nadie.
— Claro, el insignificante detalle de que estás más para allí que para acá.
— ¿Me estás llamando loca? — se me escapó una carcajada. No pensé que mi cerebro se fuera a tomar la palabra "loca" de una buena forma. Cuando alguien se enteraba de lo que me pasaba tardaba poco en rumorearse por todos los pasillos y eran la palabra que solían utilizar.
— Utilizaría técnicamente la palabra enferma... no te llamaría loca — jugaba con los anillos de sus dedos de una forma aparentemente tranquila — Es como utilizar rara, boba o gorda para insinuar insultos. ¿Eres tan básica, Noíva?
— ¿Te parece básico ser rara o estar gorda?
Alzó una ceja.
— Me parece básico que alguien convierta palabras que describen a una persona en un adjetivo negativo solo para tenerlas reducidas y con él autoestima baja — se encogió de hombros con simpleza y empezó a buscar con la mirada en su colección de CDs — De todas formas la gente es gilipollas — expresó pasando los dedos delicadamente por todas las carátulas buscando el disco que tenia en mente — Pues si eres un puto raro, pues no está mal, eres así, es parte de ti. Que pesas cuarenta kilos más que todas tus amigas, estás gorda, ¿y qué? ¿porqué cojones tienes que decirme que estoy gordo de una manera despectiva si es como estoy? Es lo que hay. Es como si yo me enfado porque me digan que estoy demasiado delgado para jugar al hockey. Con un empujón me tiran al suelo, es una realidad.