Mis padres murieron cuando apenas cumplí los diez años por lo que nunca pude tener ninguna charla maternal sobre la menstruación o los cuidados que debería tener cuando tuviera sexo.Mi relación con ellos nunca había sido del todo buena y aunque siguieran sobre la faz de la tierra ese tipo de conversaciones las tendría que haber tenido igualmente con la alternativa: mis hermanos. Aunque no mentiré, la primera opción que se cruzó por mi cabeza cuando con once años mi ropa interior se manchó de un espeso color rojo oscuro no fue Evan.
Me había criado rodeada del sexo masculino y era prácticamente un chico más, por lo cual después de que el primer paso para convertirme en oficialmente una mujer llegara, todo se convirtió en un repleto caos donde ni ellos, ni yo, sabíamos muy bien que hacer.
La primera persona a la que fui corriendo con lágrimas en las mejillas y apunto de tener un ataque de pánico fue nada menos que a la abuela. Estaba segura de que ella sabría como actuar, hasta que se puso a llorar junto a mi y llamó a la tía Thalía para contarle las buenas nuevas en vez de echarme una mano y decirme que era lo que le ocurría a mi cuerpo.
La abuela no me sirvió de nada entonces y Evan se terminó enterando, al igual que los demás.
La charla terminó siendo con Evan y Alexander en el salón de casa mientras me moría de la vergüenza por estar en esa situación con un amigo de mi hermano mayor. Ellos tenían al rededor de quince años y habían tenido varias novias, además, sabían como buscar información en internet que les afirmara que yo no me estaba muriendo y que era algo normal.
Cinco años después llegó la segunda charla, la cual siendo sincera, di gracias de que la abuela no hubiera formado parte de ella, porque hubiera ido corriendo como una chismosa a contárselo a mi tía Thalía.
De nuevo, nos reunimos en el salón de casa, esta vez acompañados por mi mellizo y con el aire recargado de una leve vergüenza que emanaba de mi, por que si, tuvimos esa charla exactamente veinte minutos después de que perdiera la virginidad con el vecino de la casa de enfrente mientras mis hermanos jugaban con nuestros amigos a videojuegos en el salón.
Todas y cada unas de las charlas, desde la primera hasta la última fueron bastante bochornosas a pesar de tener la suficiente confianza con mis hermanos para dialogarlo. No soportaba hablar con mis hermanos de besar a gente o tener sexo con ella. Era más fácil hablar de drogas y peleas.
Estaba completamente segura de que si Evan me hubiera visto mirando esa escena con tanta fijación, me arrastraría hasta su habitación en el segundo piso para que hablásemos seriamente de porque estuve mirando más de un minuto seguido como dos personas se besuqueaban en el porche de la fraternidad.
Mi única excusa y la triste realidad nada morbosa de la situación es que llevábamos esperando cinco minutos en las escaleras para conseguir entrar y si fijaba la vista en cualquier otro sitio, lo que vería también implicaría tener una charla.
— Ha venido más gente que el otro día — gritó Avery poniéndose de puntillas para conseguir ver la razón por la que estábamos tardando tanto en pasar por la puerta — Evan debe estar muy contento.
Asentí dándole la razón.
El césped del jardín principal casi no se lograba ver por la cantidad de gente que lo estaba ocupando. En el porche habían unas cuantas parejas y todas las ventanas estaban abiertas de par en par por donde salía la música y bebidas para la gente de fuera.
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El precio de los excesos
Teen FictionLos hermanos Jhreskov tienen pocas cosas en común aparte del apellido. Desde la muerte de sus padres han sobrevivido gracias a su banda, los Sabuesos y a una única regla: no mentirse entre ellos. Pueden llegar a parecer una familia ejemplar llena...