3. Mentirosos.

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La fachada de Meltdown seguía igual desde la última vez que había pisado el recinto

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La fachada de Meltdown seguía igual desde la última vez que había pisado el recinto. El cartel de neón que indicaba el nombre del local parpadeaba como si no estuviera bien conectado a la corriente, pero aún así, las luces rosas eran capaces de iluminar con potencia el asfalto donde habíamos aparcado todos. Meltdown era el prototipo de bar que por como se veía, solo entrarías si tuvieras muchas ganas de mear y no hubiera nada más a cinco kilómetros a la redonda. Aún así, era nuestro lugar. Mi adolescencia se podía resumía en esas paredes.
La primera vez que pisé ese suelo, tenía catorce años e iba acompañada del grupo. Thomas, el dueño, nos acabó cogiendo cariño y poco a poco siempre que se hacían planes era el lugar de encuentro.
Cuando no sabías dónde estaba uno de nosotros sin dudarlo ese era el primer lugar al que había que recurrir.

Me bajé de la moto de Matthew con agilidad y miré con una sonrisa a Thomas en la entrada.

Las suelas de mis botas se adherían al suelo pegajoso que había al entrar. Una mezcla de olores entre perfumes, sudor y alcohol chocó contra mi nariz cuando pasé entre la gente con la intención de seguir al resto. El local estaba bastante lleno a pesar de ser el primer día de la semana.

Conseguimos llegar a la barra poco después. Al fondo del lugar habían unos cuantos sofás negros donde la luz azul neón era más tenue, intentando dar intimidad. Habían varias mesas altas desperdigadas donde la gente dejaba sus bebidas y la música solía ser buena. El suelo era una madera negra muy oscura, al igual que las paredes de cemento que ni siquiera se habían molestado en pintar.

—Somos ocho, súbenos lo de siempre — le pidió Alexander a la camarera con un grito que pretendía traspasar el volumen de la música. Ella asintió con una sonrisa observándonos a todos los que íbamos tras él y apuntó algo en un papel amarillo que le pasó a otro camarero.

Todos subimos por las escaleras metálicas y al abrir las pesadas puertas de acero negro pudimos oír algunos gritos sobre la música.

— ¡Me tocaba tirar a mi! — la voz de Evan sonó clara y enfadada por encima de la voz de The Weeknd cantando.

Habían otros dos grupos jugando al billar, pero ninguno de los presentes hacían caso a las voces que estaba emitiendo mi hermano al final de la sala con un palo enorme en la mano. Unas cuantas chicas se giraron al vernos entrar y soltaron varios suspiros al darse cuenta de quienes eran a quien miraban.

A Piper ese tema no le molestaba en absoluto, ella sabía hacerse notar como nadie y siempre la terminaban mirando aunque fuera continuamente acompañada de hombres. A mi si me molestaba.
Las chicas se te acercaban constantemente, pero no por ti "¿Como se llama tú hermano?" "¿Me presentas a tu amigo? " "¿No estáis juntos, cierto?" "Como aguantas sin enrollarte con todos ellos." "¿Me das su número? " "¿Le dices de mi parte que me gusta?".

Nadie se interesaba realmente en mi.

Piper se sujetaba del brazo de Samuel mientras él parecía fastidiado por tener que aguantarla así. Ella se solía exceder pero no sabía que le había pasado por la cabeza. Caminaban a mi lado haciéndose paso entre las demás personas para llegar a nuestra mesa.

El precio de los excesos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora