Extra 1

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Catorce horas de vuelo después, el avión había aterrizado en Milán, Italia. Daban las once y cuarto de la noche cuando Aaron Cowen y Tamara Masson salieron del aeropuerto, tirando él de su maleta.

Por las prisas, y porque sería un viaje exprés, Tamara no había empacado más que lencería en su enorme bolso de cuero al hombro; en ese momento, no le importó, porque iba de la mano de su prometido, del mismísimo Aaron Cowen, y se sentía la reina más empoderada de Europa saliendo del aeropuerto agarrada a él, aun con las rodillas entumecidas del largo vuelo de Chicago a Londres y el hambre mortal que le hundía el estómago.

-Lo bueno de viajar en primera clase -le comentó a su hombre, que le sacaba una cabeza de altura- es que te dan de comer antes que a los demás. Aunque el desayuno me pareció una mísera porción.

-En el hotel te pido pasta -aseguró él.

-Y una copa de vino, por favor.

-Que sean dos.

La directora Angélica Lemoine ya había salido a la oscuridad de la noche, ante las enormes puertas de cristal del aeropuerto de Milán, a hacer señas a los modelos y los productores, para que supieran cómo distribuirse. Tres grandes camionetas negras con escolta los esperaban fuera, y aunque Tamara había trabajado para la editorial varios años, todavía no se acostumbraba a subirse a furgones escoltados.

Le dolían los pies por los tacones que no se había quitado en dieciséis horas. Aaron la ayudó a subir a la parte trasera de la segunda camioneta, y después él procedió a deslizarse a su lado y cerrar la puerta.

El maquillaje de Tamara, para su sorpresa, seguía intacto. Aaron giró la cabeza para verla, pues ella había estaba ocupada revisando la camioneta delantera y trasera, asegurándose de que todo el mundo había subido y Angélica Lemoine se había callado.

-¿Qué piensas, mi amor? -inquirió él, y Tamara dirigió sus ojos oscuros a los claros de Aaron. Había crecido una sombra de barba alrededor de su mandíbula y sus mejillas.

-No vayan a olvidar a nadie -murmuró.

-A Lemoine nunca se le olvida nada -dijo-. Cada uno de esos modelos cuestan millones de dólares, no los olvidará en el aeropuerto.

-Deberíamos quedarnos más de una semana -protestó Tamara, que por fin consiguió quitarse los tacones y estirar los pies-. No vamos a tener tiempo de ver Milán.

-Vinimos al desfile -le recordó Aaron, pero cuando Tamara arqueó una ceja, escéptica, supo que había planes en la mente de su chica a los que ella no renunciaría-. Haremos una escapada, mi amor, te llevaré al coliseo si te hace ilusión. Nadie nos obliga a estar en pasarela. Somos invitados.

Hacía frío en las calles de Milán. Aunque habían viajado en ocasiones anteriores, a Tamara siempre le impresionaba salir de los Estados Unidos.

-En nuestra luna de miel -mencionó ella en voz baja, apoyada sobre el hombro de Aaron-, deberíamos volver. O quizás ir a Francia o España.

-¿No cuenta esto como luna de miel?

Con fuerza, Tamara le hundió un puño en el costado.

-Ni en broma -masculló entre dientes-. A nuestra luna vamos solo nosotros, no todo el departamento de modelaje de Chicago.

El hotel Principe di Savoia, lujoso y elegante, a cuarenta minutos del aeropuerto, cerca de la Piazza della Repubblica, era más de lo que Tamara o Aaron hubiesen esperado del lujo europeo.

Recogieron sus maletas en el recibidor, y el guía los condujo hasta su habitación deluxe, en el segundo piso, número diecisiete. Las gruesas cortinas bordadas en hilo de oro y plata caían pesadas sobre la ventana, recogidas a cada lado de la misma, y después de los finos muebles de madera de ébano y cojines de brocado, lo que llamó la atención de Tamara fue la cama de matrimonio.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora