14. Día catorce

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—¡Tamara, cuánto tiempo! Las cintas de correr están esperándote, ¿oyes que gritan tu nombre? Aunque con esos tacones...

—No vengo a entrenar, Rob.

La decepción que se leyó por todo el rostro de Rob Winters la hizo arrepentirse de no haberse puesto un chándal. Tamara Masson estaba en el gimnasio Adonis & Co. por Garreth Ollard, que la saludó con un beso y sin camiseta.

—¿Quieres una pose, nena? —le preguntó al acercarse, resplandeciente a causa del sudor. Llevaba unos leggings deportivos tan ajustados que no le dejaron nada a la imaginación.

Tamara hizo una mueca.

—Quiero que te duches. Tengo hambre.

Y hablaba en serio. Aprovechó que Garreth se llevó al resto de modelos a los vestuarios para acercarse a Rob Winters, que estaba cambiando la música de los altavoces desde el laptop oculto tras el mostrador, con su musculosa holgada y el chándal rojo.

—Hace mucho que no pasas por aquí. ¿Qué tal la vida? —le preguntó él tras aumentar la potencia del aire acondicionado—. Te ves cansada, hermana, ¿sabes que una siesta de veinte minutos lo arreglaría? Y si eliminaras el consumo de alcohol, no tendrías acné que cubrirte.

—¿Cómo sabes que bebo?

—Ya les he dicho a estos idiotas que salir de fiesta los fines de semana les está arruinando los resultados del entrenamiento. ¿Y tu alimentación? ¿Estás ingiriendo suficiente proteína? La necesitas para ganar masa muscular.

—No quiero ganar...

—Solo media hora al día de gym, reina, y te volverás fuerte cual roca. ¿Has visto estos pectorales? —Se lo palmeó con fuerza—. ¿Y estos muslos? No los tendrás en tu vida, pero hoy tenemos muy buena música. ¿Quieres oír el temazo de la semana?

Antes de que Tamara abriera la boca, Rob había cambiado la canción.

Tamara suspiró, cruzada de brazos. Perdió la mirada por el mostrador, sin prestar atención a los acordes de la guitarra que fluían de los altavoces para llenar el gimnasio, y se preguntó cómo hacía Rob Winters para eludir cualquier tema sobre su vida privada.

Aunque siempre había sido así. Rob tenía treinta y dos años y una cadena de gimnasios en Chicago, Los Ángeles y Nueva York, en colaboración con la compañía Aphrodite. Y era el mejor amigo de Aaron Cowen.

Tamara hundió los ojos en los negros de Rob, que la contemplaba sin pestañear, expectante.

—¿Esa es la voz de...?

No quería decir su nombre. Rob adelantó diez segundos de canción sin mirar la pantalla del laptop y Tamara relajó los hombros.

—Rob...

—¿Qué? ¿Te animas? Tenemos tops de deporte y pantalones de yoga, y solo por ser tú, te hago un descuento de amistad que...

—¿Es la canción de Aaron?

Rob subió las cejas, arrugando su frente negra.

De pronto la espalda de aquel hombre de metro noventa era más ancha que el mostrador, sus hombros grandes y contundentes como bolas de bowling, y el pecho tan inflado que parecía falso. Si no lo conociera, Tamara habría sospechado la naturalidad de su cuerpo.

—La compuso el sábado pasado.

—Ya lo sé, vino a cantármela a mi balcón y yo lancé sus cosas por la ventana.

Tamara sollozó, oculta la cara en una palma. Y Rob, que parecía un castillo por fuera, se desmoronó por dentro.

—Detén esas lágrimas, que no está muerto.

Rob abandonó el mostrador y rodeó los hombros de Tamara con sus fuertes brazos, contra sí. Y ella se sintió menguar, pegada a un hombre que le doblaba el tamaño y sintiendo a través de la ropa la dureza de cada uno de sus músculos.

—Me vas a partir el alma si lloras, muñeca. Ya sé que desafina como una hiena pisada y la letra da dolor de cabeza, pero...

—¿Por qué, Rob?

Tamara lloró sobre la camiseta de licra de Rob, sacudiendo los hombros con cada jadeo, y él la balanceó con suavidad.

—Yo no digo nada, Tamara, pero mi chico sería incapaz de lastimarte. Te quiere demasiado.

—¿Y entonces por qué hay una maldita foto publicada en Internet y nadie la desmiente?

—Porque se trata de Aaron y tú —respondió él, que se apartó y le retiró con uno de los enormes pulgares la lágrima de la mejilla—. Habla con él. Olvida por un momento lo que pasó, deja que te lo explique... y dale la oportunidad de demostrarte que lo siente. Porque lo siente.

Tamara tragó fuerte. Le costaba mirar a Rob a la cara porque se rozaba la columna vertebral con la cabeza.

Rob frunció el ceño y arrugó la cara cuando vio el agua bailar en los ojos de Tamara.

—Insisto en que dormir y hacer pesas todas las semanas te vendría...

—Rob, gracias.

—Un placer, reina. —Le palmeó el hombro y, separándose de Tamara, regresó al mostrador para arrastrar una caja de cartón—. Pero me vas a aceptar una botella de agua con frases de las que han llegado nuevas, porque tanto llorar te está deshidratando...

—¿Me pasas la canción a mi número? Es que... lo tengo bloqueado. A Aaron.

Rob apoyó una mano en su cintura y se pasó la otra por la mandíbula.

—Desbloquéalo. Habla con él. Y puede que duermas bien esta noche.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora