24. ¿Bailamos?

5.1K 356 70
                                    

—Dame la mano. Un paso atrás. Agárrame.

La lluvia les calaba los huesos en la calle vacía, con el cielo cerniéndose negro sobre ellos, hundiéndolos en las profundidades del océano.

Tamara se apartó los mechones de cabello de la cara y sujetó a Aaron del hombro. Dio un paso al frente, otro hacia atrás. Y sin más música que la lluvia y el fulgor esparcido por la calle, bailaron. Lo miró en cuanto se adaptó al ritmo y, al sonreírle él, Tamara le devolvió la sonrisa. Giró para colocarlo frente a ella y regresó a sus pies. Seguían en la acera encharcada, entre coches aparcados y bloques de pisos, haciendo lo posible para no resbalar.

El cabello negro de Tamara se pegaba empapado a su cuello y mejillas; el castaño de él goteaba.

En dos años de noviazgo tuvieron oportunidad de bailar en la boda del hermano mayor de Aaron, en el apartamento de ella antes de derrumbarse en la cama, en el de él la vez que se fue la luz y en mitad de la autopista, cuando Randy Travis se apoderó de la radio del coche de Aaron.

Pero nunca bajo la lluvia.

Aaron apretó la cintura de Tamara, la hizo girar sobre sí misma y de pronto la atrajo a su pecho.

Un trueno partió el cielo y retemblaron los cristales de los autos aparcados.

La camisa se adhería al cuerpo de Aaron, transparentando su pecho y abdomen firmes, y el celeste de sus ojos resaltó con más fuerza por la oscuridad.

—Te amo.

La voz de Aaron obligó a Tamara a subir los ojos a su cara.

Él pudo oír los latidos de ella rebotarle contra el pecho por la cercanía. Con aquella sudadera beige puesta, los shorts deshilachados y el corto cabello pegado a la cabeza, la veía más guapa que nunca. Tomó entre las manos su rostro y le acarició las mejillas. Rompió toda la distancia entre sus cuerpos.

La muchacha no lo detuvo. Posó las manos sobre las de Aaron, frías como el mármol, y se acercó hasta rozar su frente. Le comenzaron a temblar los labios.

—Perdóname, mi amor.

Si no hubiera hablado, ella lo habría besado. Le costaba la misma vida resistirse a aquella boca sonrosada que le suplicaba a gritos unos cuantos mordiscos, pero su voz ronca la refrenó.

—¿Qué?

Aaron se echó a llorar. La abrazó con más fuerza que nunca, como si quisiera partirle la espalda en dos.

Tamara se petrificó. Nunca lo había visto llorar, ni siquiera cuando se le borró aquel artículo en el que trabajó durante doce horas seguidas por un fallo del ordenador. Al sentirlo sacudir los hombros sin control, se limitó a palmearle suavemente los omoplatos.

—Perdóname, mi amor, perdón...

Estaría borracho, se dijo ella, aunque no oliese a alcohol. Tamara lo apartó de sí un poco para agarrar su cara y quitarle el cabello empapado de la frente.

—¿Por qué, Aaron?

Sonaba preocupada. Él alzó la cabeza para parpadear, pero la lluvia lo atizó sin piedad. Un relámpago iluminó su alta silueta.

—Por defraudarte tanto. Por ser idiota, por no pensar antes de hablar y planear cosas sin tu consentimiento... Quería casarme contigo. Solo logré alejarte, que te creyeras cosas, y luego sucedió lo del viaje a París, y la foto esa surgió de la nada, y...

—Aaron...

Aaron se aferró a la sudadera de Tamara, porque se había deslizado hasta arrodillarse en el suelo, y derramaba lágrimas a una velocidad nunca antes vista.

—Sin ti me muero —repitió—. Eres mi mundo entero, te necesito como al aire. No puedo poner las manos encima de otra mujer, no puedo mirar a ninguna sin pensar en que te adoro, no soy capaz de...

Enterró la cara en el estómago de Tamara y lloró. Ella había hundido los dedos en el cabello empapado de Aaron, sintiendo el frío atravesar su sudadera y humedecerle la piel, y se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Me haces mucha falta —gimoteó, abrazado a su cintura—. Tu nombre está grabado en mi piel por eso.

El tatuaje ya tenía año y medio.

—Aaron...

Tamara lo separó de su cuerpo para arrodillarse, aunque se lastimó con las losas y sus deportivas se embarraron, y agarró entre sus manos la cara helada de Aaron. Acarició sus mejillas ásperas del leve afeitado.

—Aaron, cariño, no puedo.

Aaron cerró los ojos. Una punzada de dolor, intensa como el trueno que rajó el firmamento negro, le rompió el corazón en mil pedazos.

Tamara estaba llorando porque no soportaba verlo llorar a él. Entonces Aaron la miró.

—¿Por qué?

—Dime cómo perdonar que le hayas hecho una foto a una tipa desnuda y borracha en tu cuarto. A la estrella de la temporada, que mide uno ochenta y tiene las medidas de la Barbie.

—Mi amor, no era mi...

—Si no ha pasado nada entre ella y tú, quiero una buena explicación. Que dejes de esconderte y desmientas los medios. Porque siempre he confiado en ti, en que en tus horas extra trabajas y no estás en la cama de otra mujer diciéndole que la amas.

Sollozó de pensarlo. Entonces se levantó, incapaz de tenerlo delante un segundo más, y se limpió las rodillas.

—Dame una sola razón para volver contigo. Una lo suficientemente buena como para no empezar con alguien nuevo.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora