27. Día veintisiete

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Bueno, al fin sabremos qué ocurrió. Me alegra que hayas llegado hasta aquí y te esté gustando:)

Stephanie Hinault se adentró a paso decidido en las instalaciones de la revista de moda Aphrodite alrededor de las tres de la tarde, directa a estampar sus manos cubiertas de pulseras y anillos sobre el mostrador de recepción.

—Solo diré esto una vez y tan rápido que desearás escucharlo dos.

Y antes de que Tamara Masson o Jessica Gardner despegaran los labios, Stephanie soltó el aire contenido:

—Acabó la pasarela y nos fuimos de fiesta. Bebí mucho. Volvimos a las tres de la mañana, la lavandería estaba abajo. Bajé a quitarme la ropa allí. No me miréis con esa cara, he dicho que bebí mucho. No veía por dónde iba, casi me maté subiendo el pasillo y mi querido amigo Camilo me oyó desde su habitación.

Camilo Santana era el productor y fotógrafo que organizó el viaje de dos semanas a París, Francia, con desfile de alta costura incluido.

Stephanie se humedeció con saliva la garganta y continuó:

—Camilo salió de su cuarto, como todo un caballero... —Extendió el brazo, sonriendo cual idiota, al imitar una puerta abierta—, y me hizo pasar para darme una sudadera y que no fuera encuerada a mi pasillo.

Gracias al maquillaje, Tamara no vio cuánto se había sonrojado. Stephanie no reconocería que era una alcohólica, pero le temblaban las cuerdas vocales porque la habían obligado a explicarlo.

—¿Y Aaron? —preguntó Tamara.

—Compartía baño con Camilo, que tiene la vena de fotógrafo en el cuerpo y se le ocurrió tomarme una foto para mi novia. Y yo simplemente posé, como siempre, medio en mi mundo pero con el talento que me ha llevado a Victoria's Secret.

—Era el número de Aaron, guapa.

—Camilo está medio ciego y agarró el móvil de tu chico, que decidió ducharse de madrugada y lo dejó en el lavabo. Claro que luego me envió la foto. ¿Pero qué te crees? ¿Cómo si no lo haría?

Tamara parpadeó. Stephanie se apartó un mechón rubio de la cara y apoyó la mano en su cintura.

—Y para más preguntas, llama a mi representante.

Se dio la vuelta con elegancia, sacudiendo el abrigo de pieles, en dirección al pasillo de la izquierda. Los tacones de sus altas botas resonaron en toda la estancia, que consumió el silencio en torno a Tamara Masson y Jessica Gardner.

Tamara separó los labios, tan seca que tosió antes de hablar.

—Creo que... —No tendría el coraje de volverse a Jessica—. Acabo de sufrir un cortocircuito mental.

Jessica parpadeó, estupefacta, y devolvió la vista a la pantalla de su laptop:

—¿Ha dicho que tiene novia?

—Necesito hablar con Aaron.

Tamara agarró el teléfono de recepción y comenzó a marcar el número de la oficina de Aaron Cowen, hasta que Jessica la agarró y le recordó que estaba en una reunión con Garreth Ollard y su grupo de modelaje masculino.

Tamara suspiró.

—¿Por qué me siento tan tonta?

Oyó un crujido y le llegó olor a frito. Jessica había abierto un paquete grande de patatas de bolsa y mascaba sin preocuparse por el sonido. Eso solo significaba que estaba de los nervios.

—Es lo que tiene hablar con retrasadas mentales.

La Barbie plástica y operada, alias Stephanie Hinault, había atravesado el pasillo con clase y un calor de mil demonios desatado en el pecho, aunque las temperaturas rozasen los diez grados.

Al pie de la escalera, Rob Winters la esperaba, en chándal gris y naranja, con su batido de leche, moras y frambuesas en la mano. Alzó la otra palma y la modelo, rodando los ojos, se la chocó.

—Buen trabajo, reina. ¿Verdad que te sientes realizada?

—Sentiré que ha valido la pena cuando me pongas esa casa en la playa. Me lo has prometido.

—Que sí, que he hablado con Aaron y no te va a despedir. Es más, te mandará un mes a tu casa por lo buena persona que eres. Pero nada de vino ni reposo, porque si me regresas con ciento veinte kilos, te quito el azúcar, la sal, el pan y las ganas de vivir.

—Pero mi casa en la playa no la mueve ni el gobierno.

Rob Winters se apuró el contenido del recipiente y forzó una sonrisa.

—Eres tan desinteresada, Stephie.

Era sarcasmo, pero ella no lo notó. La modelo se echó hacia atrás el cabello rubio.

—Por ti lo que sea, corazón. Tú y yo tenemos conexión, pero con esa tipa es imposible hablar. No distingue un Louis Vuitton de un Prada.

Rob aspiró profundamente para no soltar lo que se estaba callando. Stephanie se relamió los labios, impaciente.

—Además, la foto era de calidad. Esa chica me tiene envidia. Obvio. Su novio me ha visto doscientas veces en lencería. Y él podrá criticar todas mis poses y elegir la foto que menos me gusta, pero estoy segura de que le encanta mirarme. Este cuerpazo no se consigue durmiendo.

—Se consigue a base de ocho horas de ejercicio y dieta líquida, así que vete antes de que te prohíba hasta el agua.

Stephanie le sacó la lengua, pero a continuación esbozó una sonrisa sincera que sus labios operados arruinaron:

—Hasta el mes que viene, figura.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora