5. Día cinco

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La peor decisión de su vida.

Tamara Masson alzó boquiabierta los ojos de la caja blanca con su lazo dorado que tenía ante sí. Aaron Cowen había bajado el martes a la una de la tarde, justo cuando ella se disponía a sacar su fiambrera del almuerzo, a entregársela.

Tamara se agarraba a la mesa como si fuera a caerse de espaldas; el teclado de Jessica Gardner resonaba como un eco de fondo.

—Ahora di que no me fijé en tu camiseta ayer —sonrió él, refiriéndose al dorado.

—Dime tú que no hay nada entre Stephanie y tú.

Tamara apoyó las manos sobre el escritorio, levantándose para encararlo aunque Aaron le sacara veinte centímetros de altura y los separase el mostrador.

Su ex tragó fuerte al echarse atrás.

—Mi amor...

—¿Qué, Aaron? —Sus ojos centelleaban. Él palideció—. ¿Por qué dices que no tienes nada con ella pero le hablas?

Aquella mañana trasladó unos cosméticos a la bodega de la tercera planta y vio de espaldas a Stephanie, con sus tacones y blusa floreada, enjoyada hasta los pies, bajar el pasillo tras Aaron preguntando por las últimas fotos.

—Es mi modelo, como todas las demás —respondió él, clavando la mirada en ella—. Trabaja aquí y tiene derecho a saber cómo salió la sesión. Si quieres, la sacamos de la revista, aunque vaya a lucir la nueva colección. En ese dichoso viaje no pasó nada, no es mi culpa que no confíes en mí.

—¿Es mi culpa que le saques fotos a "tus trabajadoras" desnudas en horario no laboral?

—¿Por qué no me escuchas?

—¿Por qué el maldito pastel es de chocolate?

Tamara había percibido el aroma a través de la caja y, sin más dilación, agarró las tijeras del lapicero para cortar el lazo ante la expresión atónita de Aaron, que ya sentía el sudor rodar como puños hasta su barbilla.

En ese momento recordó que era alérgica a los frutos secos.

—Las trazas de...

—¿Es una broma?

—¡Claro que no, mi amor! —Aaron la contempló atónito sentarse de nuevo—. Sabía que te gustaba el chocolate pero no había caído en lo de...

—Mejor llévaselo a tu amante, que necesita algo de grasa.

—¡No es mi amante!

Esta vez el tono de Aaron fue serio y grave, entre dientes. En cierta manera pareció enojarse.

Tamara cruzó los brazos.

—Con cada error me haces sentir más idiota —dijo ella.

Aaron separó los labios pero no salió nada. Acabó bajando la vista, preguntándose cómo habían llegado a ese punto, cuando le entró una llamada. Sin pensarlo se pegó el móvil al oído.

—Sí. —La diseñadora gráfica de Aphrodite—. ¿La columna? No, Natasha va a la izquierda; y Vika, a la derecha. No, a ella no la metas. Me da igual si vende o no, no quiero fotos de...

Se alejó al teléfono, olvidando que Tamara continuaba recostada contra la silla de oficinista, con la mano sobre los labios y los ojos cuajados de lágrimas.

Sintió la mano de Jessica acariciarle el brazo.

—¿Estás bien?

—No. —Con la voz entrecortada, Tamara agarró su bolso y se puso de pie—. No estoy nada bien.

Tamara se alejó rauda y veloz; Jessica se planteó dos veces seguirla, pero no podía desatender el mostrador.

Tamara entró a los servicios del pasillo derecho, agarró papel y se limpió el agua de los lacrimales antes de que se derramara. No arruinaría su maquillaje por alguien que se reía de ella incluso tras la ruptura.

No era suficientemente fuerte.

Apoyada en el lavabo de granito, bajo las luces blancas, sin querer ver su reflejo, se juró que no probaría bocado ese día. Se le había cerrado el estómago.

El tiempo que pasó allí le pesó, pero solo fueron cinco minutos que culminaron cuando la puerta se abrió y una delicada mano la tomó del brazo.

—Es un idiota.

La suave voz de Jessica obligó a Tamara a enderezarse y mirarla a los ojos. Los tacones de plataforma negros que traía Tamara puestos la hacía superarla media cabeza. Jessica extendió los brazos y ella se echó sobre su delgado cuerpo.

El silencio gobernó los relucientes servicios durante unos segundos en los que Jessica la reconfortó con fuerza.

—No me puedo creer que no funcionara la sesión de Crown y baile... Te fuiste muy pronto el sábado —murmuró la rubia cuando se separaron, pensativa—. Lo que tú necesitas es conocer a alguien.

Tamara negó de inmediato, regresando a su reflejo. No podía pensar en nadie tras dos años junto al hombre que más feliz la había hecho. Jessica insistió en que era la mejor manera de superar a quien veía a diario.

—No, no estoy desesperada, no quiero comparar a Aaron con...

—No digo que empieces otra relación —replicó Jessica—. Hay mucho personal aquí: hombres fantásticos que estarían muy interesados en una mujer tan guapa e inteligente como tú.

Tamara suspiró, cabizbaja, y se acomodó los tirabuzones tras las orejas.

Jessica le acarició el hombro, frunciendo el ceño tan preocupada que arrugó la frente.

—Pasar en casa el fin de semana no es sano. Consigue un par de números, sal, olvídate de ese idiota que no sabe lo que se pierde. Este viernes salimos. Verás qué bombón te encuentro.

Sonriendo, Jessica salió del baño y Tamara no pudo responder.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora