26. Día veintiséis

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—¡Ni loca! ¡No tengo por qué darle explicaciones a nadie!

—Te lo estoy pidiendo por favor, Stephie.

—No voy a contarle a todo Chicago lo que pasó en París.

—Se lo contaste a Facebook entero y te dio igual.

Stephanie Hinault arrugó la cara y empezó a patalear con sus plataformas.

Aaron Cowen le había pedido cinco minutos después de la sesión fotográfica el miércoles: quería que se reuniera con los reporteros locales y enfrentara los rumores. Y la modelo se negó.

Stephanie apretó el bolso negro en su mano derecha.

—No puedes obligarme.

—Puedo despedirte —replicó Aaron, acercándose a ella. Estaban parados en el set de fotografía, alrededor de las cuatro y media de la tarde, cuando ya habían abandonado la sala los cámaras, el personal y los modelos—. Una imprudencia tuya está arruinando mi reputación y no te has dignado a repararla.

—No es mi culpa que tu móvil estuviera en esa habitación.

—En nuestro baño. Tampoco es mi culpa.

Stephanie sacudió la lacia cabellera rubia sobre su hombro.

—¿Y por qué no se lo explicas tú?

—Porque Tamara quiere que lo hagamos los dos.

—¿Por qué tienes que ponerla a ella antes que a tu trabajo, jefe? Eres tú quién da las órdenes, amas tu revista, editarla y mantener a Aphrodite en el top 100 del mercado. Yo apenas estaré aquí una temporada, pero me siento orgullosa de trabajar para esta editorial, para alguien como tú. No quiero problemas contigo por tu ex, Cowen, y sabes que nunca le he caído bien.

—Entonces bajemos los dos a explicárselo —resolvió Aaron, cruzando los brazos sobre el pecho.

Stephanie se colgó el bolso al hombro, se ató el cinturón sobre el abrigo de piel marrón y frunció los labios.

—Me da igual lo que piense ella y el mundo. Mientras yo sepa la verdad, estaré tranquila.

—No sería justo.

—Vas a perjudicar mi carrera con tu relación. Soy tu mejor modelo, la que patrocina toda la última colección, y si me despides, se romperán varios contratos con otras agencias, Cowen. Y me da igual que seas mi jefe. Te estás arriesgando a perderme por culpa de una...

—Si tú no quieres perder tu empleo, más te vale callarte.

Stephanie rodó los ojos. No dejaba de taconear la plataforma de corcho contra el suelo, que resonaba en la sala a oscuras, ya que el único foco de luz se hallaba a unos metros de ellos, sobre el set de cortinas rojas.

—Vale, perdón. Pero no sé qué te ha ofendido.

Sí lo sabía. Aaron Cowen era su jefe, y ella estaba en la revista y en lo más alto de los rankings gracias a él.

Aaron suspiró con pesadez. Stephanie era demasiado orgullosa como para admitir que se había equivocado ante la televisión, aunque luego subiese fotos subidas de tono en las redes sociales.

—Nadie tiene por qué saber qué hice con esa foto —continuó ella enojada— o por qué dejé que me la tomasen. Estoy acostumbrada a salir en ropa interior en revistas y pasarelas, ¿por qué a la gente le enciende tanto una foto fuera del set?

—Porque es tu vida privada.

—¡Precisamente! ¿Entonces por qué debería enterarse todo Chicago?

—Todo Chicago se enteró de que rompí con mi novia. Y ella exige una explicación.

—No la tendrá. Supéralo ya y consíguete un hombre, que os entenderéis mucho mejor.

—Yo sí te voy a conseguir un hombre de verdad —repuso Aaron, que de inmediato sacó su móvil del bolsillo—, para que hables con él, te calmes y te pienses dos veces hablarme así, Hinault.

Marcó el número y se llevó el teléfono al oído; Stephanie lo observaba expectante, con el pelo perfectamente acomodado sobre sus hombros y las lentillas azules vibrando en sus ojos.

Tres tonos. La llamada entró.

—¿Rob? —Stephanie bufó al oír a Aaron—. Voy a mandártela. Es grave.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora