—No, hermano. El alcohol es malísimo para la salud. Ayer dijiste que no ibas a beber más, así que dime por qué has comprado otra botella.
Aaron se encogió de hombros. Era domingo y no quería ni ver las fotos que Garreth Ollard, según Rob Winters, subió con Tamara y los modelos la noche anterior.
Rob, que había ido al apartamento de su amigo en Flair Tower, le pasó su gran botella de agua y luego sacó la barrita de cereales energética.
—Vamos a correr y te sentirás como nuevo.
—Ni siquiera me siento —murmuró Aaron, con la barbilla apoyada en los puños, hincados los codos en las rodillas; sus ojos rojos se habían hinchado de llorar y beber—. Mi Tammy me dejó, a mí, editor en jefe de una prestigiosa revista de moda, por un modelo que no diferencia la derecha de la izquierda.
—Tammy te cortó antes de eso, hermano. A ti se te ocurrió proponerle matrimonio sin aclarar lo de Stephanie porque todo lo haces mal.
—¡No quiere oírme! —Aaron resopló y se desplomó contra el respaldo del sofá—. Da igual, Rob. Preséntame a alguna y vámonos por ahí a...
—No, no, no. Vas a seguir con tu plan de recuperarla en menos de quince días, como dijiste que harías, porque la quieres. Dilo.
—En verdad no la quiero tanto...
Rob lo miró, alargando el rostro, y Aaron apretó los dientes. Le temblaron las pupilas.
—No sonó creíble, ¿cierto?
Rob hizo una mueca.
—¿A quién quieres engañar? Te conozco, Aaron.
Aaron suspiró.
—La amo demasiado.
—Entonces levántate. No te había visto tan feliz hasta que apareció Tamara en tu vida y, por lo visto, a ella le gustas más que a un tonto un lápiz. Deja de beber, duerme, prepárate un buen plato con proteína y carbohidratos, tu verdura, y vente al gym. Te recuperarás.
Aaron sopló con fuerza.
—Ahora mismo no quiero ni vivir.
—O te levantas o te saco yo de la casa. Por cierto, ¿le mandaste la canción? Me dijo que quería oírla.
—Se la canté.
—¿Qué dijo?
Aaron encogió los hombros.
—Le gustó.
—Mándasela. Le gustará aún más oírla otra vez.
Despacio y torpemente, Aaron Cowen obedeció.
A la una de la tarde, Tamara continuaba acurrucada en su cama, derramando lágrimas y enredada entre las sábanas, sin desmaquillar y abrazada a la almohada. Había aceptado salir con Garreth, sus amigas y los chicos la noche anterior en un arranque de locura, porque al cabo de un rato se arrepintió.
Bebió hasta que se lanzó a la pista de baile sin bolso ni chaqueta, con un chico guapo agarrándola por la cintura, y quedó empapada en sudor. No estaba borracha, pero Garreth llegó y la sujetó.
—¿Te acompaño al baño? ¿A casa?
El muchacho casi rozaba con su nariz el rostro de Tamara, que se revolvía inquieta entre sus brazos, agobiada por el calor, el alcohol y las luces de colores. Todo se tiñó de azul, luego rojo; y, de pronto, los ojos claros de Garreth estaban a menos de diez centímetros de ella.
Miró sus labios. Los de Tamara empezaron a temblar.
Alzó la mano a su cabello para agarrarlo y bajarle la cabeza, pero él rodeó su cintura con un brazo, pegándola a su cuerpo con tanta fuerza que Tamara creyó que le partiría una costilla. Entonces empezó a sentir las manos de Garreth recorrer su espalda.
—¿Quieres que nos vayamos, preciosa?
La besó, muy cerca de la comisura, y Tamara se apartó de golpe de él. No era Aaron, no era su olor ni sus labios, y le asustó no reconocer otra piel.
—Déjame, yo...
—Tamara, ¿estás bien?
Él le gritaba a causa del escándalo en la discoteca. Un codazo la devolvió a la realidad. Aquel lugar no era para ella y el alcohol, el baile y los hombres no estaban surtiendo efecto. Se cubrió los oídos y giró hacia Garreth.
—¿Y Jessica? ¡Quiero ir con Jess!
Garreth, sin entender qué ocurría, volvió la cabeza en todas direcciones, sin vislumbrar a la rubia, y acabó llamando a voces a la morena Grace, que venía vestida como si fuera Beyoncé. Grace fue quien, estrechando a Tamara en sus escuálidos brazos, la sacó de allí.
Tamara Masson volvió a casa de madrugada, en el coche de Jessica conducido por Grace, la que menos bebió de las tres y la ayudó a acostarse.
Esa mañana le punzaba la cabeza con tanta intensidad que no recogió las persianas ni se movió de la cama.
Entonces timbró su móvil, a su lado, sobre la almohada.
Tamara deslizó el dedo por la pantalla, desbloqueándola, y descubrió un nuevo archivo adjunto de Aaron Cowen en iMessages. Pulsó para descargarlo, sintiendo las lágrimas calientes fluir por sus ojos de nuevo.
Era la canción.
Su canción.

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𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞
RomanceAaron Cowen, editor para una agencia de modelaje, acaba de arruinar una relación de dos años por una polémica foto filtrada y todo Chicago ha puesto sus ojos en él, en su ex y en la presunta amante. Tamara Mason está destrozada y no quiere saber nad...