Un intenso pitido la despertó.
Al principio creyó que se trataba del dolor de cabeza, pero cuando abrió los ojos y la luz le reveló que se encontraba en su apartamento, Tamara descubrió que era el timbre.
Apartó las sábanas de un tirón y caminó descalza hasta la puerta. Sin embargo, vio en el suelo un gran sobre blanco, a medio deslizar bajo la puerta. Abrió para asomarse, pero no había nadie, ni tampoco al teléfono cuando quiso abrir el portal.
Recogió asustada el sobre, pero la letra de Aaron Cowen le heló la sangre. En mayúsculas negras estaba escrito Tamara Alison Masson y un corazón.
Sintió los latidos en su cabeza ensordecerla. Durante unos segundos le faltó el aire, hasta que recayó en que seguía con el vestido de lentejuelas puesto, el maquillaje se le había corrido por toda la cara y los tirabuzones caían deshechos sobre su cuello.
Cuando se metió en el baño a lavarse la cara y acostumbrarse a la luminosidad del día, descubrió que eran las doce.
Regresó corriendo al dormitorio, arregló la cama a toda velocidad y organizó el desastre de zapatos. Luego tomó una camiseta limpia y se fue a duchar.
Había vuelto a casa pasadas las doce, en la moto de Garreth Ollard, que se ofreció a llevarla y luego volvió a Disco Labs, y ella se derrumbó agotada sobre la cama. No había bebido tanto, pero apenas recordaba las últimas horas antes de dormirse: solo que Garreth la retuvo por la muñeca desde la moto.
—Deberíamos repetirlo.
Tamara se rio.
—Cuando quieras.
Ahora se estrellaba la frente contra los azulejos de la ducha, mareada y con un intenso zumbido a causa del alcohol que seguía en sus venas. No quería salir ni repetirlo, aunque hubiera sido una de las mejores noches en semanas.
Tal vez por la puñalada en el alma.
Se puso la gran camiseta gris que usaba de pijama y peinó su cabello corto; tras aplicarse crema hidratante bajo las ojeras y en torno a la nariz, se calzó las pantuflas blancas y atravesó el pasillo hasta la pequeña cocina.
Mientras calentaba una taza de café negro y tostaba pan de molde, su móvil sonó. Era Jessica Gardner, a quien también le latía la cabeza y molestaba el sol.
—¿Cómo te fue con Ollard?
Tamara sopló; colocó el altavoz para trocear una manzana en la mesa blanca y le explicó que se fue inmediatamente después de dejarla en su bloque de apartamentos.
—¿No lo invitaste a pasar?
—¿Y tú, tan interesada de pronto en la vida del chico boca-sapo? ¿Cómo se llamaba?
—Calla, que tenía el cerebro frito de inyecciones. Era para romper el hielo. ¿Tienes planes esta noche?
—No.
Pero miró sin querer el sobre en la encimera. Sacó la taza del microondas, se llevó un pedazo de manzana a la boca y rasgó el sobre.
Dentro había dos entradas para el cine a las diez. Su corazón volvió a acelerarse: llevaba meses esperando al estreno de Friend Request, aunque sabía que Aaron detestaba las películas de terror.
Tamara untó un poco de mantequilla en el pan y volvió a sentarse.
—Vamos al cine con las chicas esta noche. Yo invito.
Miró las entradas, sin oír las quejas de Jessica sobre su dolor de cabeza y el baño que debía darse, y sonrió. Aaron se había acordado de la película cuando ella ni siquiera consideraba tener tiempo para el estreno.
—Avisaré a Kristen y Grace.
—Tendrán que pagarse sus entradas, porque solo tengo dos.
—¿Y Ollard? Tammy, es un encanto. Y una peli de miedo. No querrás aferrarte a mi brazo, ¿o sí?
Tamara estuvo a punto de replicar, pero se mordió la lengua. Volvió a mirar las horas de las dos tiras de papel, el género de la película y suspiró.
—¿Y tú no quieres ir con ningún chico? —murmuró.
—Mira, después de lo de Carl, he llegado a la conclusión de que los hombres se marean con el físico y no ven a la mujer. Pero a Ollard le interesas. Invítalo. Yo me pago la mía. —Se rio—: Será fantástico.
O terrorífico.
Tamara Masson tembló durante tres cuartos de la película, con la cara escondida en una palma, deseando que las chicas dejaran de gritar. Al final Garreth Ollard había ido, tras oponer algo de resistencia, pero ella no tenía la suficiente confianza como para agarrarlo.
Se habían colocado de manera estratégica para que Tamara quedara entre Garreth y Jessica, que convenció a Kristen de sentarse a su lado, junto a Grace, que ocupó la butaca del final.
—Son efectos especiales, ya lo sabes.
Garreth la atrajo hacia sí pese al molesto brazo de la butaca y Tamara se dejó. No se quitó las manos de los oídos. Le llegó el olor a fragancia masculina, a cuero y a recién afeitado. Lo oyó reírse.
—¿En serio te gusta esto? —le preguntó él, frotándole un hombro, y Tamara simplemente se encogió—. Sabes que nos podríamos ir si tú quisieras, ¿verdad?
Tamara subió los ojos hasta él, atónita, y Garreth sonrió.
—¿A dónde?
—¿Has cenado?
El gruñido del estómago de Tamara ante la mención de comida disipó sus dudas. Garreth retiró el brazo, le ofreció una mano y ella la tomó sin saber por qué.
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𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞
RomanceAaron Cowen, editor para una agencia de modelaje, acaba de arruinar una relación de dos años por una polémica foto filtrada y todo Chicago ha puesto sus ojos en él, en su ex y en la presunta amante. Tamara Mason está destrozada y no quiere saber nad...