12. Día doce

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—¿Me desbloqueas?

—No.

Aaron Cowen resopló. Habían salido de la cafetería hasta los aparcamientos, pues cada uno condujo su propio auto.

El viento provocaba que los tirabuzones negros se pegaran a los labios pintados de Tamara y que ella hundiera las manos hasta el fondo de su abrigo gris. Él, que solo llevaba una cazadora, fingía no tener frío.

—Te he escrito una canción.

Tamara se volvió a Aaron con las llaves del coche en la mano. La sola mención de música la hizo girar sobre sus talones.

Aaron Cowen sabía tocar la guitarra y le había dedicado una veintena de canciones a lo largo de dos años por audio que más tarde publicaba en formato poético en columnas especiales de Aphrodite.

Ser novia del editor en jefe de la revista tenía sus ventajas.

De imaginarse su voz junto a los pellizcos de cuerda, ella se estremeció.

—¿De verdad?

Aaron asintió.

—Si me desbloqueas, te la paso.

—¿No puedes cantármela en vivo y directo?

—Lo intenté pero...

No supo cómo seguir y ella lo entendió al instante, y se arrepintió. No era lo correcto. Jessica no lo aprobaría; su madre tampoco. Al final sacudió la cabeza y se dio la vuelta.

—Olvídalo, no quiero escuchar cómo me comparas con otra mujer mejor que yo.

—Mi amor, ¿de qué estás...?

—¡No sé ni por qué te di treinta días! ¡Lo que debería hacer es alejarme de ti! Me duele verte, ¿no lo entiendes? ¡Te metiste con otra a la cama, Aaron, no quiero ni imaginarme lo que hiciste allí! ¡Le tomaste una foto, la presumiste delante de millones de personas, a Facebook entero le gritaste que eres lo suficientemente bueno como para tener las mujeres que quieras! ¿Cómo te crees que me siento?

—No te inventes...

—¡No estoy inventando nada! ¡Eres un desgraciado y quieres recuperarme a base de regalos y palabras! ¿Te das cuenta? ¡Y lo peor es que no te arrepientes!

Se metió a su coche plateado antes de que Aaron tuviera tiempo de reaccionar, echó el seguro y arrancó. Las nubes se habían ennegrecido y sus ojos amenazaban con descargar el torrente de lágrimas que contenían, pero no lo haría.

O al menos no delante de él.

Tomó el camino más largo hacia su trabajo, consciente de que el tráfico la retrasaría, y se desvió a South Indiana Avenue para perderse entre pizzerías, supermercados y Starbucks. Nunca le habían gustado los Starbucks.

Pero acabó aparcando delante del de South Indiana Avenue, sacó el teléfono y llamó a Jessica. Abrazaba hecha pedazos el volante, tratando de olvidar que estaba condenada a ver la cara de Aaron durante los años que trabajase para Aphrodite. Debería buscarse otro empleo.

No era tan fuerte como creía.

—¿Tammy?

—¡Jess, te necesito! ¡Es Aaron! —sollozó—. ¡No sé ni por qué acepté! Me siento muy mal, creo que...

—Calma, respira, Jess al rescate. Le diré a la jefa.

—Pero...

—¿Dónde estás?

Jessica Gardner no tardó más de un cuarto de hora en llegar, aunque lo difícil fue encontrar aparcamiento en la misma calle, y dejó su coche para subir al de Tamara. En ese corto espacio de tiempo la morena había tenido tiempo de comprarse un café negro helado en Starbucks que no llegó a probar.

Jessica la abrazó con fuerza. Tamara ya no lloraba, aunque el delineado negro se deshizo y la máscara de pestañas estaba ribeteada de lágrimas. Así que la rubia aprovechó la caja de pañuelos del coche de Tamara para secarle la cara.

—Le inventé a la jefa que te habías desmayado y necesitabas una ambulancia urgentemente... pero creo que puedes irte a casa sin morir por el camino.

Tamara sacudió la cabeza. Ella jamás había faltado al trabajo, ni siquiera por un corazón roto. Jessica le limpió una lágrima más y suspiró.

—¿Te sientes mejor?

—No siento nada.

Jessica hizo una mueca.

—Necesitas Crown Royal, no café.

—Los dos me traen recuerdos de él —replicó ella—, pero los del café al menos son buenos.

—¿Por qué no llamas a Garreth? Es bastante lindo. Además, no todos los días tienes la suerte de que un modelo se interese...

—Él no quiere una relación formal.

—Tú tampoco.

Era cierto. Tamara se recostó contra el asiento del coche, se quitó el agua de la cara y liberó un hondo suspiro. Jessica la imitó.

—¿De veras crees que Aaron...?

—Ya no sé, Jess. A veces está volcado totalmente en mí; otras, ni siquiera recuerda que existo... y siempre evade el tema. Lo que sé es que la maldita desgraciada de Stephanie me sonríe cada vez que se sube al ascensor. Será modelo y ganará millones, pero los diamantes no le quitan lo fresca.

—Ni siquiera cobra.

—¡La muy fácil le mostró al mundo entero la captura con el número de mi ex sin guardar! ¿Por qué le mandaría él a esa borracha una foto así, Jess? ¿Y a esa hora? ¿Y en un hotel?

—Y desnuda.

—No me lo recuerdes.

—Tranquila, todo tiene una solución en esta vida. Excepto la cara desfigurada que le dejaré a esa tipa. Vete a casa y llama a Garreth. Siempre hace bien tener un hombro sobre el que llorar. En especial uno fuerte. Pasaré a verte a las cinco. ¿Pizza de queso?

—Y Sprite.

***
Por cierto, no se olviden de la carita hermosa de Tamara:)

***Por cierto, no se olviden de la carita hermosa de Tamara:)

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𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora