Aaron Cowen, editor para una agencia de modelaje, acaba de arruinar una relación de dos años por una polémica foto filtrada y todo Chicago ha puesto sus ojos en él, en su ex y en la presunta amante.
Tamara Mason está destrozada y no quiere saber nad...
—Este es el plan: ella pasa primero, yo hago mi entrada triunfal a lo Elsa de Frozen, le digo que alguien olvidó cerrar las compuertas del cielo porque se escapó un ángel y entonces le explico la historia detrás de la foto.
—¿Para esto me has hecho saltarme mi hora de cardio?
Rob Winters y Aaron Cowen estaban aparcados en el coche negro del segundo a unos metros de las torres Aphrodite, a las diez menos cuarto. El editor en jefe se había levantado a las ocho para recoger a su amigo y llegar al trabajo con una hora de antelación.
Rob tuvo que traerse el desayuno en un recipiente de cristal al auto mientras Aaron se terminaba la segunda Diet Coke de la mañana.
—¿No es el mejor plan que he tenido?
—¿No crees que te parta la boca ella antes de que la abras? —preguntó Rob mientras seguía devorando la avena con yogur griego que había enfriado toda la noche.
Aaron hizo una mueca.
—Puede.
—¿Dónde la conociste?
—Ahí, en el mostrador. Me estuve arrastrando detrás de ella año y medio antes de...
—Me refiero a conocerla como persona.
Los ojos negros de Rob observaban fijamente a Aaron, que mantuvo los labios separados sin nada que decir. Si le estaba preguntando por la primera cita, debería esforzarse en echar marcha atrás dos años.
Se frotó la sien, cansado, y sintió la ola de calor humedecer su espalda. No tardaría en quedar bañado en sudor.
—Creo que... —Acabó inclinado sobre el volante, rebuscando entre sus recuerdos más antiguos—. La invité a un café. Bueno, ella ya estaba en el café cuando yo, que la iba persiguiendo porque se negaba a salir conmigo, me senté y no me mandó a volar. ¿Ves? Estaba escrito que la cautivaría de una u otra forma.
Sonrió ampliamente y Rob, que asintió sin mirarlo, rebañó los restos de avena para limpiar el envase.
—Entonces ve y haz lo mismo —sentenció.
Aaron lo miró guardar el recipiente en su bolsa negra de deporte y sacar la botella de agua de diseño y cuatro vitaminas.
—¿Qué?
Rob bebió antes de contestar.
—Que vayas y la cautives, si recuerdas en qué café, por supuesto.
—Creamy Lattes, ¿cómo olvidarlo? Es nuestra cafetería. El nombre estaba hasta en la taza que rompimos sin querer.
—¿"Rompimos"?
—Rompí sin querer —se corrigió—. Se pidió otro café y dije alguna estupidez sobre acabar en la ruina. Ella se enojó, quise retenerla y la taza... se interpuso en mi camino. —Aaron suspiró y relajó la frente—. Pero me concedió el privilegio de invitarla otro día para compensarlo.
—¿Tamara sabe lo adictiva que puede ser la cafeína?
—Le importa menos que la foto. Además, bebe café solo. No le gusta la leche ni el chocolate, por lo de la alergia a los frutos secos. A veces lo toma con hielo. ¿Crees que acepte?
—¿Por qué no?
—Porque soy un completo desastre.
Estuvo a punto de echarse a llorar a moco tendido sobre el volante, pero la fuerte palmada de Rob en su espalda le cortó el aire. Casi le quebró una costilla.
—Esperemos que lo ignore —dijo—. Como los dos últimos años y medio.
—Hice la lista —murmuró Aaron, que se sorbió la nariz al reincorporarse— sobre lo que le gusta. No recibí amenazas de muerte este fin de semana.
—¿No es esa Tammy?
Por el espejo retrovisor, Aaron vio a Tamara Masson introducirse en las torres de cristal. Se desabrochó el cinturón de seguridad, agarró su bandolera y brincó fuera del auto, instando sin cesar a Rob a que se bajara.
Cerró de un portazo, echó la llave y se revisó el pelo en la ventanilla. Hasta que Rob no se despidió de él con un choque de puños y le dijo que lo llamara pasase lo que pasase, no se volvió hacia las torres. Estaba tan nervioso que hubiera sido capaz de subir a la quinta planta por el exterior del edificio, aunque al final se colocó la camisa y tomó aire.
Tamara ya se había instalado en su escritorio, con los tirabuzones perfectos rozándole los hombros y maquillaje en tonos tierra, chaqueta negra y blusa de rayas; la vio subir los ojos en cuanto él entró.
Se le desbocó el corazón.
Le habría dado un infarto si no la hubiera visto agachar la vista para reprimir la sonrisa. Entonces reunió el coraje de acercarse.
—Buenos días, mi amor.
Como hacía dos meses, cuando llegaba a tiempo y se detenía a regalarle un beso, aunque esta vez no se atrevió a inclinarse demasiado sobre el mostrador.
Ella lo miró, haciendo lo posible por no sonreír, y Aaron se enderezó.
—¿Sigue siendo tu descanso a las doce?
Tamara alzó una comisura.
—¿A qué se debe la pregunta, señor Cowen?
Aquel apodo podía significar dos cosas, y una era que estaba en problemas. Sin embargo, por la entonación, quiso creer que solo volvía a hacerse la dura.
—Me encantaría invitarte mañana a un café.
Jessica Gardner los vigilaba desde su escritorio, con un ojo en la pantalla y otro en la pareja. Tamara apretó los labios.
—¿Tú crees que yo quiero...?
—Lo que yo no quiero es seguirte cual stalker como hace dos años y medio.
—¿Por qué debería aceptar?
Era una pregunta trampa. Aaron Cowen lo sabía.
Clavó sus ojos azules en los de Tamara, que los sostuvo valientemente, y dejó escapar un suspiro.
Había olvidado lo guapa que Tamara Masson podía llegar a ser.
—Porque me encanta cuando le sonríes al café.
*** Quería recordarles quién es nuestro hermoso Aaron :)
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