23. Día veintitrés

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Tamara Masson llevaba bebiendo café negro desde las cuatro y media de la mañana. No lograba conciliar el sueño y el sonido de la lluvia le molestaba. Desde el sofá del salón, observaba las nubes negras abrazar los rascacielos recortados contra el cielo.

Que su madre pasara el fin de semana con ella la tranquilizaba. Normalmente se resistía a pedir ayuda, pero en aquel momento no tenía a nadie más. Jessica también tenía vida. Debía hablar con Garreth Ollard, pero él no llamó.

Llovió todo el día y Rob Winters, en contra de su voluntad, abrió el gimnasio. Intentó convencer a Aaron Cowen de pasarse, puesto que los modelos no irían a entrenar con semejante tempestad, pero el castaño estaba tirado en la cama sin nada puesto.

—Lo único que quiero es a Tamara, aquí, al lado —lloriqueó, y Rob, que lo escuchaba a través de la línea, sopló.

—Díselo.

—No es tan fácil.

—La tenías en la palma de la mano, así que levanta y elige otra cosa que tachar de tu lista. Anotaste esas cosas por ella, sabes qué le gusta. Tienes siete días, hermano. No dejes que te la quiten.

Al aspirar profundamente, el estómago de Aaron se infló, alzando la cabeza de Gedeon, que descansaba sobre él.

—Por cierto, no cierro el gym hasta las cinco y hoy es día de piernas. —Aaron lo oía masticar, así que supuso que era la hora del snack antes del ejercicio—. Si quieres mantener esos muslos de hierro, te vendría...

—Ahora hablamos, mi padre me está llamando.

Aaron había sentido el móvil vibrar: su padre exigía una conversación de hombres. Y aunque detestaba que le reclamasen, Aaron descolgó y se pegó el móvil al oído.

—¿Qué tal las cosas con Tamara?

—Me quiero suicidar, papá. Un enorme iceberg llamado "prensa" nos ha hundido el barco y Tammy me ha mandado al mismo infierno. Solo tengo una semana para recuperarla, pero la crisis ha agotado mi imaginación y la de Rob.

Oyó a su padre suspirar. El hombre era mayor, pero afortunadamente tenía paciencia tanto para el irresponsable de su hijo como para repetirle a su mujer cincuenta y seis veces al día que era su marido.

—Empieza de cero, como de novios.

—Lo intenté y fue un fracaso.

—¿Has probado a hablar con ella como una persona normal?

—Nunca me deja.

—Tal vez porque nadie quiere oírte. Manda a alguien.

—Está diluviando, ¿cómo voy a...?

—A tu madre le encanta la lluvia. Y de eso sí se acuerda. Si fuera por ella, llovería todos los días.

Por fin Aaron se calmó.

—A Tamara también. Dice que huele a fresco, a tierra mojada y... —Presionó el puño contra sus ojos—. ¿Por qué todo me recuerda a ella, Dios santo?

—Deja de llorar, Aaron, y de pensar en ti mismo por una vez en tu vida...

—No es orgullo, es flojera.

—Sal de ese apartamento y haz una locura como el Cowen que eres.

Aaron se levantó, se colocó una camiseta y los vaqueros, echó al perro de la cama y remetió las sábanas. Apenas eran las diez de la mañana. Cuando vio la foto de su chica de fondo de pantalla, se derrumbó nuevamente.

Después de beber Diet Coke como si fuera agua, desahogarse en una banca del gimnasio con Rob y armarse de valor, manejó hasta The Shelby, el bloque de apartamentos de Tamara Masson.

La muchacha acababa de comerse unos omelettes para que su madre no se quejara cuando sonó el timbre. Dejó la pequeña cocina y se apuró a abrir, pues la señora estaba durmiendo la siesta de las cinco de la tarde.

Y cuando lo vio allí, sus ojos viajaron de la camisa a rayas verdes y blancas pegada a los brazos, remangada, al pecho firme, el chaleco oscuro de humedad, el tatuaje en su muñeca de "Tamara" y los jeans húmedos.

Aaron Cowen se había presentado en su apartamento, empapado por la lluvia.

—El portal estaba abierto.

Tamara abrió la boca, sin saber qué decir. Ella, que vestía su gran sudadera y shorts holgados, y se movía descalza por su vivienda, sentía los latidos reventarle el pecho. La mirada de Aaron no se apartó de su cara.

—Soy un idiota. Perdóname.

Aaron se había recostado contra el marco de la puerta y, antes de que ella pudiera decir nada, dos lágrimas resbalaron por sus mejillas tan rápido que Tamara se asustó. Él ni siquiera contrajo el rostro.

—¿Quieres bailar?

Tamara parpadeó, atónita. Las lágrimas rodaban por la cara de Aaron sin que él se esforzara, como si no las notara, pero sus ojos resplandecían e incluso traía los labios sonrojados.

—¿Has bebido? —preguntó extrañada.

Aaron se rio débilmente.

—¿Lo dices porque estoy llorando? —Frenó el agua con una muñeca y la miró—. No, mi amor, es que te echo de menos.

Tamara sujetaba la puerta con fuerza. Lo vio suspirar, desviar los ojos alrededor y sonreír.

—Sí, te echo de menos. Echo de menos que vengas a mi apartamento, venir yo al tuyo, despertarme contigo al lado, que apenas puedas mirarme de nerviosa que te pongo. Y bailar contigo.

—Está lloviendo, Aaron.

—Y a ti te encanta la lluvia.

Tamara se dio la vuelta y corrió a su dormitorio a calzarse las deportivas Nike, agarró las llaves de casa sin hacer ruido y regresó al recibidor. Aaron no se había movido. La muchacha tomó su mano y cerró tras de sí.

—Hagámoslo, guapo.

***
Por si se les olvidó, acá tienen a Aaron:)

***Por si se les olvidó, acá tienen a Aaron:)

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𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora