13. Día trece

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Dos horas con cuarenta y tres minutos. La conversación más larga que había mantenido con un chico que no fuera Aaron Cowen.

Para su sorpresa, Garreth Ollard había aguantado sus ataques de llanto e ira, e incluso logró animarla con un par de comentarios estúpidos. Al principio, Tamara creyó que no querría soportarla al teléfono si no le regalaba a cambio una cita, pero el modelo había demostrado ser más que una cara bonita:

—El matrimonio es una atadura. Y un gasto. A veces es mejor dejarse llevar, salir con quién se te antoje, ocupar el tiempo de quién quieras pero no romper corazones. Es mi filosofía.

Pero no la de Tamara.

Tamara había amanecido cansada y con los ojos hinchados de llorar, pensando en las palabras de Garreth antes de colgar la noche anterior. Después de la fiesta de pizza y gaseosa con sus chicas, alrededor de las once y media, llamó a Garreth.

—No es el fin del mundo, Tamara.

Era el fin del mundo definitivamente.

Por lo menos agradeció que Aaron hubiese entrado temprano a trabajar por segunda vez en su vida, porque le ahorró mirarlo a la cara. A la una de la tarde llegó Stephanie Hinault con su abrigo de pieles y la minifalda blanca.

—¿Dónde está el fotógrafo para la sesión de hoy? —le preguntó molesta a Jessica Gardner, que respondió sin pestañear:

—En tu cama.

Tamara se rio y Stephanie la calcinó con la mirada.

—Tú y yo tenemos que hablar —le dijo la modelo, que terminó de arder con el comentario—. No es justo que yo tenga que ver tu cara de asco todas las mañanas. No te he hecho nada.

—Mi novio te sacó una foto encuerada y la publicaste en Facebook como quien sube un almuerzo. La que da asco eres tú, no mi cara.

—Cuidado con insultarme, que tengo abogado. En primer lugar, nunca jamás tocaría a tu novio, que por cierto ya no lo es porque tu carácter no lo aguanta ni tu madre.

—¿Vamos a hablar de madres, Hinault? —replicó Tamara, apoyándose en el escritorio para levantarse—. La tuya estará contenta de ver en qué se ha convertido su...

Una fuerte bofetada sonó seca, con la mano abierta. Jessica se alejó en su silla de oficinista, Tamara se mordió los labios. Sentía la mejilla hormiguear a causa del ardor.

Stephanie Hinault elevó la barbilla con orgullo.

—Matarías por tener la mitad de mi "asquerosa vida". Este cuerpo es mío y tan decente como el tuyo, aunque yo lo cuestionaría.

La guerra se había desatado. Tamara estuvo a punto de dar vuelta al mostrador y lanzarse sobre Stephanie Hinault de no ser porque Jessica la agarró de las muñecas y le pidió que se controlase.

—¡Estamos al público! —le recordó, sentándola de golpe—. Compórtate si no quieres que te despidan. Solo te está provocando.

En ese preciso momento irrumpieron las risas de los modelos masculinos. Habían regresado de la sesión fotográfica de los miércoles y Garreth Ollard aparecía con un par de rosas blancas. Se acercó al mostrador para entregarle una a cada recepcionista.

Jessica se lo agradeció con una gran sonrisa, aunque regresó a teclear en su laptop; Tamara agachó la mirada. Nunca le habían gustado las rosas.

—¿Estás mejor?

Garreth le pellizcó con suavidad la mejilla, inclinado sobre el mostrador, y ella se enderezó.

—Ahora mismo estoy pensando en pedir que pongan una horca en la entrada, así que quizás deberías...

—Tener cuidado. Entendido. —Él dio un paso atrás y volvió a mostrar los dientes perfectos con su sonrisa—. Pero me debes un desayuno.

Ella abrió los ojos, sin saber de qué hablaba, y Garreth se rio.

—Ayer lo hablamos. Tengo que saber el final de tu dramática vida amorosa y anoche dijiste que un desayuno sería lo mejor.

Tamara abrió la boca. Ni siquiera recordaba la mitad de cosas que había dicho debido a la confusión del llanto, Sprite y grasas de la enorme pizza. Lo siguiente que supo fue que Jessica le palmeaba el hombro con entusiasmo.

—¡Estará encantada! ¿Verdad, Tammy? —La miró y Tamara, que había apretado la rosa contra su pecho, suspiró.

Ya le daba igual. Solamente deseaba romper los recuerdos que tenía de Aaron Cowen y reemplazarlos con otros nuevos.

Garreth sonrió.

—Entonces... ¿te parece mañana a las ocho? Entrenaremos con Rob a las siete. Pasaré a recogerte en moto, si...

—Mejor nos vemos en el gimnasio —sugirió ella de repente, que confiaba más en su coche—. Así... saludo a Rob.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora