7. Quizás sí

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Vestida para los Grammys.

Las lentejuelas doradas se adherían al cuerpo de Tamara Masson para resaltar su piel tostada, aunque no le gustase mostrar sus rodillas.

Tamara se contempló en el espejo desde todos los perfiles, orgullosa del vestido que había elegido ese viernes. Había salido a las cinco de trabajar con una gran sonrisa en la cara y se pasó por la tienda de música para comprarse los siete discos que le alcanzó el vale.

Aaron Cowen siempre había soportado a Randy Travis en su coche pese a odiar el country.

Y ese acierto la había motivado a aceptar entusiasmada la idea de Jessica de ir aquella noche a Disco Labs, así que terminó de colocarse los tacones de plataforma negros, se perfumó y agarró su móvil.

Jessica Gardner estaba en la puerta.

Tomó su bolso, dejó el apartamento a toda velocidad y saltó a los asientos traseros del Dodge Durango negro de Jessica, junto a Grace Simmons, que estaba escuálida y tenía el pelo a lo afro, estilista de la compañía; de copiloto iba Kristen Meyers, secretaria de la directora, con la cara blanca de polvos y el alisado japonés recién hecho.

—No te agobies —dijo Jessica antes de conectar Spotify al Bluetooth del coche, dirigiéndose a Tamara—, que te dejamos sola con tu chico.

Se había encargado de juntar a los modelos y a su representante en la discoteca, pues no trabajaban los fines de semana, y Tamara resopló. No quería, aunque la idea de olvidarse de Aaron Cowen le llamaba bastante la atención.

En la barra estaban siete de los doce modelos, pero el productor no se dio la vuelta hasta que Jessica y las chicas aparecieron, saludando a voces y con las enormes sonrisas.

Tamara era la más retraída del grupo. Aunque se había sentido brillante ante el espejo, se acobardó delante de hombres tan altos y perfectos, rodeada de amigas con atuendos deslumbrantes y ajustados hechos para Taylor Swift.

—¿Tamara?

—Hola.

Le tembló la voz al saludar a Garreth Ollard con un beso en la mejilla. Tuvo que apartarse los tirabuzones y, consciente de que él no la habría oído por la música, se esforzó en sonreír.

Él la invitó a sentarse a su lado, pues Jessica y el resto de chicas habían entablado una rápida conversación con los modelos, y le preguntó qué quería beber.

—Crown.

Garreth Ollard era guapo.

Tenía los ojos más claros que Aaron, veintinueve años y el cabello oscuro y despeinado como Superman. En suéter y jeans no parecía el profesional que vio de traje en la agencia. Se le resbalaron los ojos por él dos veces.

Jessica se desenvolvía fácilmente y, con los ojos perfilados y los labios rojos, vestida de cuero hasta los tobillos, parecía la versión dark de su compañera recepcionista. Los modelos se reían al oírla y Tamara, que apenas abría la boca, lucía como un angelito dorado y de labios rosa palo.

Al cabo de dos tragos, se relajó.

Grace Simmons era más arisca incluso. Llevaba unos pendientes triangulares a ras de los hombros, un vestido marino que mostraba su prominente esternón y sandalias romanas que la dejaban a varias cabezas del más bajo de los modelos.

Sin embargo, los chicos consiguieron quitarle la cara de amargada con unas cuantas bromas y una apuesta a shots. 

Tamara se rio. Grace odiaba que la desafiaran, así que acabó quitándole el vaso al chico que la retó y se lo tragó. Acabó escupiéndolo.

—¡Amo esta canción!

Garreth miró a Tamara, sorprendido de que hubiese hablado.

Tamara se levantó sin pensarlo, con los brazos en alto, y comenzó a agitar cabeza y caderas al ritmo de la música, sin importarle que se le subiera el vestido hasta la mitad de los muslos.

Kristen la animó por encima del ruido y las luces, haciendo resonar las pulseras de sus muñecas, pero Tamara no necesitaba más que los ojos de un chico sobre su cuerpo para encenderse.

Cuando lo vio sonreír, Tamara no se resistió a agarrar a Garreth de la mano y sacarlo del grupo para pegarlo a ella. Le dolía el corazón pero él no lo notó.

Garreth la tomó por la cintura; Tamara se apartó los tirabuzones que escaparon de su moño de una sacudida.

Ya había desconectado.

Y por un momento pensó que quizás, solo quizás, Jessica tenía razón.

𝟑𝟎 𝐝í𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐫𝐞𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora