4. Malva

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Mi corazón iba a delatarme más pronto que mis palabras. Yo lo sabía, lo sabía por la forma en que iba a salirse de mi cuerpo en cualquier momento. ¿Quién había derribado los puentes? ¿Era a propósito? ¿Qué pasaría con mi familia? Todas mis extremidades comenzaban a dormirse con la tensión acumulada.

—Tenemos que irnos—dijo Inti—Salir de aquí.

—¿No han dicho que está sitiado?—espetó Bastián—¿Qué nadie puede salir?

—Nosotros si—dijo—Encontraremos la manera. Siempre lo hacemos.

Las cosas no parecían tan seguras como lo decía Inti. Gran parte de aquel día se nos fue en tratar de averiguar qué estaba pasando; pero solamente recibimos rumores. Fioralba se movía más eficientemente que los demás; escondiéndose entre los árboles para escuchar lo que realmente estaba pasando.

—Nadie dice nada—murmuró la morena, frustrada—¡No me creo eso de que haya sido un accidente!

Me di cuenta que yo no podía ser de utilidad; solamente sabía dar vueltas con los dos niños de la mano, llamando demasiado la atención. Juniper, con sus ojos violetas era mejor que yo para pasar desapercibida.

—¡Vamos a perdernos!—dijo Urin con miedo, aferrándose a mis faldas—No debimos haber venido por aquí.

Habíamos cruzado unas extrañas cuevas, siguiendo a un hombre que hablaba acerca de remodelar el puente que se había caído. Decían que cruzarían antes de la media noche, para quemar las puertas de Luz de Luna. Las personas nos veían con curiosidad.

—Vámonos ya, Mav—pidió Juniper—Asena debe estarnos esperando.

—¿Dónde estamos exactamente?

—En la periferia.

Abrí mucho la boca sin poder evitarlo; estábamos en un lugar que yo pensaba que no existía. La periferia era dónde la gente iba a morir, ya sea por enfermedades o ser condenados o exiliados, pero sin tener el dinero para pagar por un transporte que los sacara de la ciudad.

—¡Vengan a nosotros...!—exclamaba una voz—Los alimentaremos muy bien.

Negué con la cabeza, pegando a los dos niños aún más a mis faldas. La mujer que hablaba, caminaba hacia nosotros con una mirada que significaba peligro. Un alarido dejó mi garganta cuando vi su rostro, parecía que la habían pasado por un enorme rallador de queso. Siempre me había considerado una persona compasiva, pero me daba asco mirarla. Las cicatrices parecían viejas, pero estaban infectadas de nuevo. Conocía muy bien esa enfermedad: era la plaga. ¿Cómo había sobrevivido? Yo sabía que esa maldita plaga había sido dura, matando personas a diestra y siniestra, pero mi padre se había encargado de regalar siembras y remedios que pudieran curaran a la gente; sobre todo en aquella ciudad tan cercana a Puertas de Luz de Luna.

—¡MAMÁ!—chilló Urin.

Giré la cabeza, sabiendo que me llamaba a mí. Enfurecí cuando vi cómo el niño estaba en brazos de un hombre con aspecto amenazador.

—¡DEVUELVELO!—grité, dejando que el tono de la reina saliera—¡DAME AL NIÑO!

—¿Para qué lo quieres?—se rió—¡Es un enano! ¡Un deforme! ¡Un chiquitín! ¡Podría comérmelo hoy mismo!

Juniper reaccionó mucho antes que yo, acercándose y pisándola con fuerza. Aproveché su reacción para tomar a Urin de sus brazos. Eché a correr, sin importarme que la niña de ojos violetas me siguiera. Tenía que salir de aquel lugar, no podíamos quedarnos allí o no saldríamos nunca. Dejé de correr cuando mis piernas no me respondieron.

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