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Despertar sabiendo que Lucas me amaba, que no había sido solo un sueño, me hizo sonreír a pesar de la alarma del móvil. Y a pesar de que allí no tenía mis cosas y no podría darme la ducha que tanto echaba de menos, con la enorme alcachofa, la luz tenue y la música relajante. Y a pesar de que era muy probable que Lucas se hubiera marchado ya a trabajar, aunque fuese por evitar encontrarse conmigo.

No me equivocaba, pero eso solo reforzó mi decisión. Sí, Lucas me había infringido un gran dolor con su paternalismo, con su mentira, sin embargo, también me había demostrado su capacidad de sacrificio. Su amor. Y yo misma le había mentido en primer lugar, al dejarle al principio de nuestra relación, había escogido lo que era mejor para él. Además, la alternativa no volvería a aceptarla hasta que de verdad no quedase otro remedio.

Lo que no sabía era qué hacer con mi madre. Aunque Adela no hubiera tenido nada que ver en mi ruptura con Lucas, que lo dudaba, tratar con ella no me favorecía y temía el momento en el que las dos discutiésemos por el dinero. Tanto, que incluso pensé en pasarlo por alto, hacer como si no existiese, con tal de no entrar en semejante conversación. Porque nada me aseguraba que no terminaría lamentando mis palabras.

Cuando entré en la cocina para ver qué podía desayunar, Laura me dio un largo abrazo. Quise confirmarle que todo se había arreglado y que volvería a vivir allí, pero preferí guardar silencio antes que arruinarlo con mis ilusiones. Ella me ofreció unas tortitas con fresas y preguntó si pensaba venir a almorzar, y le contesté que ambas cosas debían ser un secreto entre las dos. No quería que Lucas huyese ni que lo pagara de algún modo con la cocinera.

Tras darle algunas vueltas camino del piso de Marina, me decanté por invitar a mi amiga. Esperaba que Lucas se resistiera o incluso se enfadara por mi encerrona, y comer los tres juntos sería menos hostil. Ella aceptó enseguida, pero la mañana transcurrió más despacio que todo un siglo. Salvo el rato que Lourdes me atendió al teléfono.

―Me alegro por ti ―dijo.

―¿En serio?

―Por supuesto. Pase lo que pase, confirmar sus sentimientos te será de ayuda. Te oigo y creo que ya lo ha hecho.

―Me ha aliviado mucho, aunque quizás demasiado. No estoy enfadada con él.

―¿Por qué crees que es?


―¿Y qué deberíais hacer a partir de ahora?

―Hablar las cosas como adultos y permitirnos decidir sobre nuestro bien. El problema es que con Lucas eso no basta.

―Tú le conoces mejor que yo y si eres adulta, estoy segura de que sabrás qué no hacer.

―No le puedo engañar ni tampoco quiero hacerlo, pero sí puedo dejar que piense que controla la situación hasta que se permita ceder. Hasta que acepte que le quiero tal y como es, o al menos, se lo crea.

―¿Y si nunca sucede?

―Bueno, que me quiten lo bailao.

Se rio suave, agradablemente.

―Muy bien. Hasta el martes.

Cuando Marta nos abrió la puerta a Marina y a mí, el olor que desprendía el piso de Lucas, mi piso, me gustó incluso más que por la noche. Matías colocó nuestros servicios una vez que entramos en el comedor, así que tomamos a su jefe por sorpresa. Lucas nos miró muy serio y luego se fijó en su plato.

Marina le dio un beso en la mejilla derecha y yo lo hice en la izquierda, y ambas nos sentamos a su lado.

―¿Qué tal el día? ―le pregunté.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora