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Las palabras Quiero que seas mi esposa aún resonaban en mis oídos cuando Lucas y yo nos sentamos en el sofá a ver una serie, y seguían ahí cuando me metí en la cama. Me complacían enormemente, pero también me torturaban. Era como si nada hubiera cambiado desde antes de marcharme de la casa de campo y, al mismo tiempo, nada parecía ser igual. Él había cambiado y seguía siendo el mismo.

Esos pensamientos no me dejaron dormir. Lucas lo notó en cuanto volvimos a vernos, en el desayuno.

―No debí decírtelo ―dedujo―. Es que no quiero que de nuevo dudes de mí, Irene. Yo lo tengo muy claro, pero entiendo que eres muy joven y que necesitas tiempo. Así que iremos despacio, todo lo despacio posible.

―¿Viviendo juntos?

―Ya te dije que podemos dejar de hacerlo cuando quieras.

Asentir con la cabeza fue todo cuanto me permití replicar y, acto seguido, empecé a comer pese a que tenía un nudo en el estómago. Lucas no tardó en ordenarle a Matías que nos dejase a solas.

―Estoy hablando con alguien ―confesó―. Me ha ayudado a... Bueno, a ver las cosas de una manera mejor, supongo. Lo que quiero decir es que también tenías razón en eso. Quiero hacer las cosas bien, mi pequeña. No quiero que vuelvas a necesitar irte.

Se me empañaron los ojos y corrí a enjugármelos.

―No sabes cuánto me alegra.

Esbozó una sonrisa y alzó una mano para acariciar mi mejilla derecha con el dorso de sus dedos. No pude ni quise evitar coger su mano para darle un beso, pero era tan cálida y olía tan bien que tuve que apartarla antes de acabar besando también sus labios. Por mucha ayuda que él estuviese recibiendo, sus problemas no se iban a solucionar de un día para otro.

―¿Puedes no decírselo a mi hermana?

―No tiene nada de malo, Lucas.

―No quiero que se haga ilusiones. Jorge dice que hará falta tiempo. Si te lo he contado a ti es porque sabes lo peor de mí, y porque él quiere hablar contigo. ¿Crees que...

―Por supuesto. Dile que cuando quiera.

―Bien, lo llamaré. Y ¿qué te parece ir a cenar este viernes?

―¿Con Marina?

―Los dos solos.

No lo pensé ni una vez.

―¿Al mismo restaurante?

―No, a otro. Pero no me preguntes, es una sorpresa. Y ¿sigues sin querer regalos?

―Lucas, me basta y me sobra con cosas como la pizza casera.

Bajó la mirada y asintió con la cabeza.

―Pero si es importante para ti ―agregué―, puedes hacerlo de vez en cuando. Aunque no quiero nada como el ordenador ―le advertí, haciéndole sonreír.

Quedamos en ir a ver al psicólogo ese mismo jueves, después de comer. La consulta estaba bastante cerca del piso y nos acercamos dando un paseo. Además, era algo que Jorge le había aconsejado hacer.

Al llegar a nuestro destino, le noté dudar de seguir adelante y pensé en preguntarle si quería que me quedase en la sala de espera. Sin embargo, al final, él mismo me confesó que temía que el psicólogo quisiera hablar a solas conmigo.

―Tranquilo, no lo creo. Esto no es una terapia de parejas.

Me miró como si los dos estuviésemos pensando lo mismo, pero ninguno dijo nada más.

Intuí enseguida que no le había contado a Jorge los años que nos separaban. E intuí otra cosa también, pero preferí pensar que solo eran imaginaciones mías y que Jorge era un profesional, o que flirteaba conmigo por una buena razón. Cuando se sentó en su sillón, se pasó la mano por el cabello castaño, cortado como el actor de Thor, y de hecho, se parecía bastante a este. Cosa que seguro que me habría afectado de no haber estado enamorada hasta el tuétano.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora