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Me pregunto dónde debe ponerse el punto final a una historia. ¿En el comienzo de otra? Cuando se trata de una historia de amor, ¿ese comienzo es la boda de la pareja, el nacimiento de un primer hijo? ¿Lograr ser feliz, aun sabiendo que es un sentimiento momentáneo?

Sea como sea, tengo algo más que decir por ahora. Algo que me produjo una gran felicidad y, al mismo tiempo, un miedo atroz. Algo que llegó en los últimos días del invierno, con el aire ya impregnado en azahar, y mientras Lucas y yo jugábamos con nuestra pequeña Alegría en el jardín de la casa de campo.

Él recibió una llamada que decidió contestar y se puso pálido enseguida, agarrándose una pierna con una mano.

―¿Qué ocurre? ―pregunté. Alegría le miraba atentamente con sus enormes ojos negros.

―Nada malo, tranquilas. ―Acarició a su hija en la cabeza―. Es... ―Sonrió ampliamente y se inclinó para besarla, recuperando todo el color del rostro.

―Vamos, dilo ya.

―Sí, papá, di. Di.

―Es que... ―Se le había agitado la respiración y tomó aire―. La empresa de neurociencia en la que invierto desde hace dos años. Han desarrollado un dispositivo que estimula eléctricamente la médula espinal, imitando las órdenes del cerebro al tren inferior, y ha superado todos los ensayos.

Me olvidé de cómo se hablaba mientras Alegría preguntaba qué había dicho su padre.

―Eso significa ―prosiguió Lucas con los ojos húmedos― que hay una importante posibilidad de que te enseñe este verano a nadar, pollito.

Alegría lo celebró riendo y aplaudiendo mientras yo aún no lo había procesado. Aún no sabía qué hacer con el miedo. Pero cuando Lucas frunció el ceño, confuso por mi reacción, la felicidad me empujó a darle un fuerte abrazo.

Él no se conformó, por supuesto, y esa misma noche me interrogó después de que hiciésemos el amor con una intensidad especial.

―¿No será por lo que pensabas antes?

―Siempre lo he pensado, mi amor, en mayor o menor medida, y creo que siempre lo haré. Solo que ya no me controla.

―Supongo que no soy quién para reñirte por temer que esto se acabe. ¿Y qué pasa si ya no te intereso cuando me libre de la silla?

Le di un manotazo en el pecho, que él correspondió con un largo beso en los labios.

―Si tú quieres ―susurró―, seguiré atado a ti.

Complacida hasta el centro de los huesos, le devolví el beso y me dispuse para repetir con todo lo demás. Aunque una parte de mí no le creía y nadie podría convencerla, con cada día a su lado se había ido haciendo más y más pequeña y ya no tenía poder sobre mí, ya no tomaba mis decisiones.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora