Mi ánimo fue mejorando semana tras semana. Poco a poco, pero lo hizo. Entonces, llegó el verano y Marina y yo decidimos irnos quince días a Italia.
Recorrimos en tren el norte del país acompañadas por unas mochilas enormes, comimos muchísima pasta (sospechaba que pondría varios kilos) e hicimos miles de fotografías. Lo único, que tuvimos que ajustarnos a mi presupuesto, porque no estaba dispuesta a aceptar un solo euro de ella sabiendo de dónde procedía en realidad.
Cuando faltaban tres días para regresar a casa, Marina se estaba duchando y empezó a vibrar su móvil. Y mi pecho tronó al ver quién era. Respiré hondo, me repetí que aquello era pasado y respondí la llamada para demostrármelo a mí misma.
―Perdona ―dijo Lucas antes de que yo hablara. El estremecimiento que me recorrió a punto estuvo de hacerme colgar―. La reunión se ha alargado. ¿Cómo estáis? ¿Fuisteis a ver el David?
Su tono de voz, sin una pizca de entusiasmo, me emocionó hasta el punto de obligarme a taparme la boca. Era el mismo tono de voz que había empleado al dejarme. Por encima del tronar de mis latidos, me obligué a hablar con firmeza:
―A la plaza y al museo.
El silencio reinó dos segundos enteros. Con el mismo tono de voz, preguntó:
―¿Y os ha gustado?
―Todo aquí es precioso. Y la comida está demasiado buena.
―Me alegro. ―No lo parecía en absoluto―. Bueno, he de seguir trabajando. ¿Puedes decirle a Marina que he llamado?
―Te ha tragado el agujero negro ―bromeé. No replicó y me sentí idiota―. Sí, tranquilo, se lo diré. Que pases buena noche.
―Y tú, mi... Irene.
Me quedé con el móvil pegado a la oreja, el corazón loco y las lágrimas saltadas, y también con la certeza de que solo había logrado demostrar una cosa: que mi odio hacia él no había desaparecido, solo se había transformado y vuelto a su ser. Al amor que nos unía. Y aquel tono de voz y aquella casi equivocación, aun cuando nada tuviesen que ver conmigo realmente, plantaron en mi interior la duda que convertí en pregunta para Marina.
―Sí, me tiene preocupada ―contestó, secándose el cabello con una toalla de manos―. Y también a Óscar. Él tampoco le ve demasiado.
―Pero no volvió a la casa de campo, ¿no?
―No, no. Ya te dije que no. Está en el piso, aunque pasa más tiempo en su despacho. El caso es que está muy apático y lleva así desde que se acabó vuestra relación, por eso pensé que habías sido tú la que le había dejado. Y por muchas vueltas que le doy, no sé quién puede ser esa mujer. A mí no me ha hablado de nadie y siempre me ha contado esas cosas. Bueno, no es que se haya interesado en muchas mujeres, pero de ti me habló desde el primer momento. Y tampoco he conseguido averiguar nada por otro lado. Además, por mucho que le he preguntado a él, no me contesta y siempre cambia de tema. Me desespera ver cómo sufrís los dos y yo no sé qué pasa ni si puedo ayudar en algo.
Había hablado como si fuera una presa abierta y a mí me había arroyado el agua. Asentí con la cabeza y me metí en el cuarto de baño, porque necesitaba estar sola para pensar en qué demonios iba a hacer. Si lo que ella estaba insinuando era cierto, ¿podría yo perdonar todo aquel sufrimiento padecido a cambio de una excusa, por buena que fuera? Y si no lo era, ¿podría no sufrir aún más si iba a buscar a Lucas para ofrecerme como amiga?
Pero ya sabía la respuesta.
Marina estaba sentada en la cama y se levantó enseguida para darme un abrazo.
―Lo siento.
―No, no. Cuando regresemos, iré a verle. Tal vez pueda ayudarle yo, que ya lo hice.
―¿Estás segura?
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Atado a ti (2022)
RomanceIrene Muñoz era una niña cuando conoció a Lucas Castro, el hermano mayor de su mejor amiga, y se quedó impresionada con él, con su carisma y decisión. Su diferencia de edad y el matrimonio de Lucas los mantuvieron alejados, hasta que a punto de ir a...