23

1.1K 83 5
                                    

Nuestro primer viaje largo había sido a Nueva York, para que viese con mis propios ojos el gran árbol de Navidad que se colocaba todos los años en el Rockefeller Center, y en la misma plaza fue donde Lucas me pidió matrimonio y donde por fin me mostró el anillo. Pocas eran las ocasiones que le permitirían regalarme algo más caro que esa, pero de todos modos consiguió asombrarme.

―¿Cuánto vale este pedrusco? ―pregunté, admirándolo en mi dedo―. Me recuerda al del Titanic.

―No exageres. Espera, ¿yo no soy Jack?

Me reí y le di un largo beso.

Pasamos la noche y gran parte de la mañana siguiente en un hotel maravilloso, y salimos a comer y a hacer un poco de turismo por la tarde. Cuando se puso el sol, estábamos volando de vuelta a casa. Yo debía estudiar para los exámenes del primer cuatrimestre y regresar al trabajo. No obstante, me llevaba conmigo lo mejor de todo: saber que me casaría en verano con el amor de mi vida.

Me costó varias semanas animarme a llamar a mi madre para decirle que Lucas y yo queríamos visitarla. Temía que se negaría y que tendría que darle sola la noticia, pero tras un largo silencio, aceptó. Previamente le había estado contando en varias llamadas que me iba muy bien tanto en los estudios como en la oficina, que había logrado acreditar el nivel más alto en inglés y que estaba avanzando a buen ritmo con el chino.

Aun así, capté una decepción profunda en ella cuando vio mi anillo e intentó que cambiase de opinión. Tuve que recordarle nuestro trato. Adoptó entonces una actitud estoica, y evitó mirar a Lucas cuando debía escucharle o decirle algo. Él, por su parte, se comportó con una educación ejemplar, como si la denuncia en verdad nunca hubiera sucedido y Adela no estuviese actuando de una forma tan egoísta. Esa noche, en la cama, traté de recompensarle.

Mi madre era la única que se oponía al enlace que yo supiera, pero no estaba sola en lo de pensar que aquello no duraría demasiado. Aunque nadie me dijo nada, y menos en la oficina, donde el trato era siempre de lo más cortés, noté algunas miradas por parte de mis compañeros, sobre todo en la facultad. El anuncio de la boda había salido en la prensa y me sentí parte fundamental de las conversaciones durante varios días, y como imaginaba qué era lo que estarían diciendo, tuve que hacer un esfuerzo por ignorarlos.

En cuanto a la madre de Lucas, volví a verla por primera vez desde que las dos hablásemos frente a mi facultad. Claudia quiso venir a cenar una noche y Lucas solo accedió porque ella pretendía disculparse conmigo. Y lo hizo, aunque sin mirarme a los ojos, con la barbilla bien alta y sin mencionar soborno alguno.

―No se preocupe, señora. No le guardo ningún rencor. Nadie tenía más dudas que yo en esos momentos.

Tan seria como desde el principio, se fijó un segundo entero en su hijo y luego en mí.

―Veo muchas cosas de César en él ―dijo―, pero traicionar no es una de ellas. Ojalá los dos tengáis lo que queréis.

―Gracias.

―Lo intentaremos ―le espetó Lucas.

Puse una mano sobre la suya y se la apreté para, silenciosamente, pedirle que cediera parte de su orgullo, así como estaba haciendo su madre. Sin embargo, ella se había ofendido y le replicó:

―¿Qué culpa tengo yo de que tu padre no me quisiera? ¿De que prefiriese a cualquier desharrapada antes que a su familia?

―Era a ti a quien despreciaba, no a nosotros. Y pudiste hacer algo, claro que sí, pero preferías seguir chupando del bote.

Claudia se puso en pie como dispuesta a golpearle. De un lugar muy profundo de mi ser, bastante inexplorado aún, me salió agarrar mi cuchillo e interponerme entre ambos, amenazarla con clavárselo si tocaba a Lucas. Del mismo lugar que acababa de comprender que no habría sido esa la primera vez.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora