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Cuando me monté en el coche, cogí a Lucas de la mano y le dije que quería que se viniera a ver a mi madre. Él sonrió y me dio un beso en la cabeza.

―¿Te parece bien si empiezas lo de la defensa personal cuando volvamos? ―preguntó―. Hay un buen gimnasio cerca del piso.

―Sí, estupendo. Pero yo me encargaré de los pagos ―le advertí.

―Son cincuenta euros al mes.

―Lo hablaré con mi madre.

―Vale, como quieras.

Esa misma tarde, le acompañé a visitar a Enrique. Lucas seguía dudando sobre qué hacer, pero cuando llegó el momento, se mostró muy seguro, aunque había creído que Enrique respondería con orgullo o desprecio. Enrique estaba tan hastiado de su trabajo y del zulo en el que tenía que vivir, que recibió su ayuda con entusiasmo.

Me habría gustado que aquello significase que los dos podrían recobrar su amistad, sin embargo, dudaba mucho de que Lucas pasara algún día por alto semejante traición.

―No me dejaste explicarte nada ―dijo Enrique cuando ya nos íbamos. Lucas detuvo la silla―. Ella y yo nos enamoramos. No sé cómo pasó e intenté evitarlo, pero no pude. Y no pasa un día en el que no piense que seguiría viva si yo hubiera sabido ser un buen amigo. Lo siento. Y espero que os vaya bien, de verdad.

Lucas se quedó callado e inmóvil. Le acaricié la oreja y, cuando él me miró, le di las gracias a Enrique por ambos.

De regreso a casa, en el coche, Lucas me confesó que creía haber hecho lo correcto y, también, que lo que más le había preocupado era qué sentiría al volver a ver quien tan importante había sido para él. Y lo cierto era que no había estado tan en contra de recuperar su relación, hasta que Enrique dijo aquello último. De ningún modo podrían mantenerla si se enteraba de la verdad.

Sin embargo, el problema que tenía con Óscar no era culpa de ninguno de los dos. Por esa razón, porque podía intentar arreglarlo, y siguiendo las indicaciones de Jorge y conmigo sentada a su lado en el salón del piso, Lucas se animó a llamarle por teléfono. Pero Óscar no lo cogió y eso le hizo dar por sentado que ya no tenía remedio.

―¿Quieres que le llame yo?

―Si no quiere hablar, no quiere.

―Imagínatelo al revés. ¿Qué sentirías tú?

Se abstrajo un momento y torció el gesto, haciéndome sonreír y besar su mejilla. Me agarró entonces de los brazos y yo acabé en su regazo.

―Sería un asco ―susurró con sus labios muy cerca de los míos.

―Lucas, por favor.

Sus manos aflojaron y terminaron soltándome, pero su aliento me siguió acariciando. Mi cuerpo se negó a moverse si no era para acercarme más al de él. Entonces, sonó el móvil y pude apartarme por fin.

Se quedó mirando la pantalla.

―Cógelo ―le aconsejé―. Lo peor que puede pasar es que te diga que no y eso ya lo sabes.

Planeó con el pulgar sobre la opción de descolgar la llamada antes de activarla. Se llevó el móvil a la oreja y esperó.

―Hola ―dijo por fin―. Sí, yo también lo creo. Sí, me parece bien.

Colgó. Al mirarme, esbozó una sonrisa.

―Nos veremos mañana por la tarde ―dijo―. ¿Te vas a venir?

―Claro que sí. Tengo muchas ganas de verle.

―¿Por qué?

―Me pregunto si será el feo del grupo.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora