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El sol se colaba por entre las cortinas del balcón y mi mejilla estaba pegada a la piel del brazo izquierdo de Lucas. Le limpié la babilla que se me había escapado y me giré hacia él para abrazarle y sumergirme en mi aroma favorito.

Nos quedamos así, en silencio, durante un buen rato. Sabía que estaba despierto, porque se le había acelerado el corazón, pero no quería que me dijera que me fuese o que teníamos que levantarnos. Aguanté hasta que no pude soportar las ganas de orinar, y me incorporé despacio para no darle la excusa de delatarse.

Al regresar a la cama, me acurruqué de nuevo junto a Lucas. Pero él no tardó en moverse, aunque lo hizo justo después de que sonase la alarma de su móvil. Deduje que iba también a orinar y que era una actividad que debía tener programada, que no podía hacerla solo. No dije nada mientras se sentaba en su silla y se dirigía al cuarto de baño, hasta que al terminar pretendió salir al pasillo:

―¿A dónde vas?

―¿No tienes hambre?

Le sonreí a modo de respuesta. Aunque él no me devolvió el gesto con los labios, lo hizo con los ojos o eso me pareció.

La bañera casi se había llenado cuando volví a verle, con una bandeja repleta de fruta pelada y queso cortado sobre los muslos. Se mostró reticente a entrar conmigo en el agua, pero cedió cuando hice pucheros. La bañera contaba con un asiento móvil que le permitió sumergir las piernas. Allí le besé largo y tendido y luego le propuse un juego: me comería algo de la bandeja y él, con los ojos cerrados, tendría que adivinar de qué se trataba.

Cuando no quise darle la razón, le vi por fin esbozar una sonrisa.

―Es fresa ―insistió.

―Vuelve a besarme.

Me complació enseguida, aunque lo hizo en mi cuello y acto seguido saboreó mis pechos. Logró que me riera cuando aseguró que se parecía demasiado a la fresa como para no serlo.

―A ver esto ―dije, cerrándole los ojos con una mano.

Cogí un trocito de bizcocho, se lo coloqué sobre una clavícula y me recreé al comérmelo. Cuando él me besó, se entretuvo durante varios segundos y luego falló, por lo que repetí la prueba en su otra clavícula.

En la cama, seguimos besándonos y acariciándonos hasta que nos entró hambre de nuevo.

―Debería ir a ver a Marina ―dije.

―Sabe que estás bien.

―¿Le has dicho a alguien que estoy aquí?

―¿Por qué? Eres mayor de edad y no es como si pudiera dejarte embarazada.

Me subí encima de él y, con nuestros labios muy próximos, pregunté:

―¿No vas muy rápido?

Sonrió y besé enseguida el gesto. Luego le ofrecí mi pecho y él se lo comió con gusto, y lo mismo hizo con mi sexo cuando trepé hasta sentarme en su cara. Al tumbarme sobre su cuerpo, me apretó con un brazo y remató mi placer dándome un beso en la cabeza.

―¿Te gustaría hacer algo? ―indagó.

―Me gusta estar así.

―No quiero que te aburras.

―No me va a dar tiempo en solo una semana. ¿O te refieres a ti?

―No, no. Yo estoy bien.

Me pregunté cuántas veces habría dicho él aquella frase. Casi sonaba convincente.

―¿Estás de vacaciones?

―Vacaciones indefinidas.

―¿Ya no te gusta tu trabajo?

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora