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Cuando Marina se enteró de mi cita con su madre, su expresión delató que no le parecía buena idea. Sin embargo, se limitó a insistir en acompañarme.

Claudia aparentaba ser bastante más joven de los cincuenta y tres años que tenía. Era una mujer alta, delgada y con una expresión seria que parecía esculpida en piedra. Lucas me había contado que había soportado durante más de dos décadas las infidelidades de su esposo, sin separarse de este hasta que murió, y que eso había agriado su carácter, aunque él no recordaba que hubiera sido cariñosa con sus hijos en algún momento.

Me recorrió con los ojos y me sentí menospreciada. Debía de pensar que no era suficiente para Lucas, nada si me comparaba con Alicia. No me amparaba ni el apellido ni el dinero, y ni siquiera contaba con el aspecto de ninfa del bosque ni con un ápice del estilo que esgrimiera la difunta.

―¿Puedes dejarnos a solas un momento? ―le pidió Claudia a su hija, aunque más parecía una orden.

―¿Esto lo sabe mi hermano?

Claudia se me quedó mirando y, por un instante, pude ver a su hijo en ella. Físicamente no tenían mucho que ver, Claudia era más como Marina o la propia Alicia, pero en cuanto a carácter, parecía que Lucas había salido a su madre. Y me pregunté cuánto compartirían en realidad, de qué sería Claudia capaz y cómo podría yo satisfacer a alguien así, cuando estaba claro que únicamente toleraba mi relación con Marina.

―Solo será un momento ―contestó.

Su hija se apartó unos metros y sacó el móvil. Claudia cogió un talonario de su bolso y me pidió que le dijera una cifra. La que fuera. Ella me la daría a cambio de que dejase de ver a su hijo para siempre. Me quedé paralizada.

―Me está ofendiendo, ¿sabe? ―logré decir.

―Todos tenemos un precio, cielo. Dime un número, vamos. Tienes que volver a clase y yo tengo cosas que hacer.

―¿Como ir de compras?

―Oye, niña, un respeto.

―¿Dice como el que no me está teniendo usted a mí? ¿Se cree que puede comprar a las personas también?

―Puedo hacerlo ―aseguró.

Me dispuse a marcharme. Me daba igual ser maleducada con ella y poco debía importarme que no me quisiera como nuera, aunque me doliese. Pero me detuve al escuchar la burrada que me propuso. Con esa cantidad podría hacer miles de cosas: varias carreras, másteres, o no trabajar nunca y dedicarme a viajar por el mundo durante toda mi vida. Solo tenía que regresar al infierno del que había conseguido escapar.

―Escúcheme bien, señora ―dije muy seria―. Ya me puede usted dar todo el dinero que tiene, que no lo voy a aceptar. ¿Me ha oído bien? ¿Qué es lo que le preocupa, que me aproveche de su hijo? Primero, no le conoce en absoluto si piensa que eso es posible. Y segundo, yo solo vivo con él. Somos amigos. Así que haga el favor de dejar de faltarme así.

Volví a intentar marcharme y ella volvió a detenerme, pidiéndome que la escuchara una última vez. Acepté solo porque era la madre de Lucas.

―Está claro que estás enamorada, pero los hombres como mi hijo no se casan con mujeres como tú. Se acuestan con mujeres como tú, ¿comprendes?

Sentí una punzada en el pecho. Pensarlo dolía, pero oírlo, y más aún de ella, era mucho peor.

―Pues qué teme, ¿entonces? ¿Que convenza a mi ginecólogo para que me insemine?

Se mostró perpleja. No llegó a contestar, porque Marina se nos acercó y me dijo que cogiera su móvil. Nada más aceptar, la voz de Lucas me reprochó:

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora