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En el silencio de la estancia, me perdí en la respiración acompasada de Lucas. Se hizo de día y allí seguía yo, disfrutando de aquella cercanía lejana, de tenerle conmigo aunque no le tuviera, de saber que iba a volver a verle cada mañana aun cuando esa fuera la peor decisión que pudiera llegar a tomar.

Pero ya la había tomado. Mi corazón lo había hecho, harto de sufrir, de no dormir, de vivir sin vivir realmente. Harto de mi incapacidad manifiesta para superar la sensación, la certeza, de que Lucas formaba parte de mí, como un brazo o un pie. Era así por mucho que no debiera serlo, por mucho que me convirtiera en dependiente de él, en una persona incompleta si no le tenía conmigo. Era así, era terrible, pero ya conocía el precio de traicionar mi naturaleza y no podía soportarlo más.

Marina se llevó las manos a la boca cuando vio a su hermano, aunque no me miró como yo había esperado que lo haría. No había reproche, ni riña, ni nada parecido en sus ojos pardos, solo compasión y quizás una pizca de remordimiento. Pero antes de que sus conclusiones se reafirmasen, me levanté y le dije que no era lo que creía. Y aunque ella no estaba de acuerdo con la mudanza, no se opuso y me acabó confesando que había hablado con Lucas sobre nuestra visita al hospital.

―¿Por qué hiciste eso? ―le espeté, procurando no alzar la voz. Y me maldije, porque, en realidad, lo que me molestaba era que su hermano no se hubiese informado por Héctor, entender que él me había retirado su protección, aunque no era lo que me había sugerido Lucas antes de entrar en el piso.

―Me tenías muy preocupada ―se defendió, encaminándose a la cocina. Yo la seguí―. Y él también. Además, si los dos estáis mejor juntos que separados, entonces estad juntos. Y qué quieres que te diga, te prefiero como cuñada.

―Ya te he dicho que...

―Eso va a durar dos días, Irene, y lo sabes.

Deseaba demasiado que fuese verdad y me centré en el desayuno. Acababa de sentarme a la mesa cuando oí la silla de ruedas. Se me aceleró el pulso y, al ver a Lucas a plena luz y mirándome con esos ojos suyos, tuve claro que Marina estaba en lo cierto.

―¿Cómo has dormido? ―le pregunté, levantándome para conseguirle un vaso. Él se acercó a la mesa.

―He dormido, que no es poco. ¿Hay café?

Oculté mi impresión volcándome en complacerle. Sus noches en vela me hacían sentir culpable, pero también me reconfortaban.

―Si no está hecho, no ―repuso―. Siéntate y desayuna. Y no os preocupéis hoy tanto por la hora, que Héctor os va a llevar a las dos a clase.

¿Héctor? ¿Le había vuelto a contratar o nunca llegó a despedirle? Pero no verbalicé mi duda. No quería enfrentarme a ninguna de las dos posibles respuestas.

―A sus órdenes ―dijo Marina―. Casi había olvidado lo mandón que eres.

Esbocé la primera sonrisa en casi tres semanas. Sin duda, las peores semanas de mi vida.

―Pues ya te vas acostumbrando otra vez ―replicó Lucas mientras ella le servía zumo de naranja.

Le pasé la bolsa de magdalenas y mi mano rozó la suya, estremeciéndome como si nunca nos hubiésemos tocado.

―Me gustaría invitaros a comer ―dijo―. ¿Tenéis algo previsto hoy?

―No ―contestó Marina.

―Me imagino que querréis cambiaros antes. Lo haréis en mi casa, que está más cerca.

Se comió una magdalena de tres bocados. Deseé ser esa magdalena, y también su vaso cuando bebió de él. Pese a que intuía que iba a sentirme bastante frustrada, eso seguía siendo mejor que la alternativa. Sí, me dolía aquella distancia, como me dolía que Lucas no me quisiera como yo a él, pero si algo había aprendido esos días atrás, era que yo también le necesitaba. Además, para alguien que vive en un desierto, un oasis es el paraíso.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora