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El hombre que sería mi chófer se llamaba Héctor y rondaba los treintaicinco años. No era muy guapo, aunque contaba con una complexión envidiable, y no parecía muy interesado en sonreír ni conversar. Condujo en silencio hasta la estación de metro y se despidió de mí con un escueto e inquietante tenga cuidado.

Marina estaba esperándome en la entrada principal de la facultad y me guio hacia el aula de la primera hora, que ya tenía localizada. Aunque las dos habíamos hablado el día anterior, me preguntó de nuevo cómo me sentía, e igualmente, me dio la sensación de que también se refería a su hermano.

―Estamos bien los dos ―aseguré.

―¿De verdad? Es que no entiendo lo que ocurre.

―¿A qué te refieres?

Se encogió de hombros y puso cara de haber hecho algo malo. Deteniéndome en mitad del pasillo, le exigí con los ojos que me lo contase.

―Vamos a llegar tarde.

―Dime qué ocurre.

―Yo... Cuando te invité a su casa pensé que algo así podría pasar, pero no creí que... ¿No crees que vais un poco rápido? Estáis viviendo juntos, y tú realmente...

Una profunda ira me trepó hasta la garganta.

―¿Yo realmente, qué?

―Pues que no le conoces. Entiéndeme, es mi hermano y le quiero mucho, pero tú eres mi mejor amiga y no quiero que te hagan daño.

No había dicho más que lo que yo ya sabía, eso que me carcomía por dentro y apenas me había dejado pegar ojo la pasada noche, que se negaba a disminuir y solo aumentaba en mi interior. Sin embargo, no quería admitirlo, y por ello entré en el aula y me senté sola. E ignoré a Marina todo el tiempo que duró la presentación de Matemáticas.

Pero al acabar, me bastó con mirarla para que se me olvidase el enfado. Ella me abrazó y me propuso que fuésemos a uno de los bares que había frente a la facultad. Allí encontramos a Antonio con dos compañeros de Derecho, y nos sentamos con ellos a tomar unas cervezas con aceitunas y patatas fritas.

Pasamos un rato agradable, que me distrajo y me empujó a aceptar cuando, de regreso a la facultad, Antonio me propuso un momento a solas.

―¿Cómo estás? ―indagó.

―¿Por qué todos me preguntáis lo mismo?

―No sé, porque tienes dieciocho años y estás viviendo con un viejo, a lo mejor.

―Ya te dije que no le llamases así ―protesté, apretando el paso.

―Espera, espera ―pidió, agarrándome del brazo. Le miré con una dureza que él trató de disminuir con una de sus preciosas sonrisas, pero yo nunca había sido más inmune a sus ojos verdes que en esos momentos―. Vamos, solo me preocupo por ti.

―Pues no es necesario.

―¿Estás segura? Una cosa es que te líes con quien sea en verano, eso lo hacemos todos, pero ahora debes regresar al mundo real, Irene. Estudiar, tus amigos, la fiesta... Ya sabes. ¿O qué piensas, estar allí encerrada todo el tiempo?

―¿Quién ha dicho que estoy encerrada?

Fingió meditar y le pegué en el hombro. Su reacción enseguida se convirtió en un tonteo que a punto estuvo de transformarse en un beso de su parte.

―Antonio, por favor, ya te dije...

―Ya sé, ya. Es que te echo de menos, Irenita. ¿Quedamos este finde? Por los viejos tiempos. Que no son tan viejos como...

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora