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El piso estaba en silencio y sumido en la penumbra. Intenté ir a la cocina a por hielo, pero Laura se hallaba allí, ocupada con la cena, así que me dirigí con cuidado a mi habitación. Entonces, al acercarme a la salita en la que Lucas trabajaba en su maqueta y oír la suave música que solía poner mientras lo hacía, supe que difícilmente tendría éxito.

―Irene, espera ―dijo él, saliendo al pasillo.

―Me voy a duchar. Estoy llena de cloro.

―Pero ¿qué tal ha ido? ¿Te has divertido?

Me detuve delante de la puerta de mi habitación mirando hacia ella, de modo que Lucas solo pudiera ver el lado sano de mi cara.

―Bueno, era un poco aburrido.

―¿Y yo no lo soy?

―En absoluto. Estoy cansada y creo que voy a acostarme ya.

―¿Tan pronto? ¿Seguro que todo está bien?

Apreté el manillar de la puerta. Él avanzó hacia mí hasta quedar a un paso de distancia. Era absurdo intentar ocultárselo, a menos que me fuera de la casa durante los próximos días, de modo que me senté en sus piernas y busqué el abrazo que tanto necesitaba.

―Dime qué ha pasado ―susurró.

Me eché hacia atrás para que lo viese. Sus ojos se abrieron mucho, su mandíbula se tensó como nunca, sus manos me apretaron los brazos y la respiración se le aceleró. Volví a abrazarle, y él, en lugar de insistir, me correspondió y apoyó su cabeza en la mía.

Me sentí tan reconfortada, tan protegida, como si nada malo hubiera pasado ni pudiera pasar de nuevo.

―No quiero que hagas nada ―dije.

―No me pidas eso.

―Por favor. ¿Puedes solo escucharme?

Se limitó a reafirmar su abrazo. Debía de sentirse muy impotente y eso me dolía demasiado, sin embargo, peor aún sería dejarle actuar.

―Me estaba divirtiendo, pero uno de los chicos pensó lo que no era. Le pegué y él hizo lo mismo. Pero estoy bien, Lucas. Y Antonio le ha dado lo suyo.

―Dime quién es.

―No.

―¿Por qué le proteges?

―Es a ti a quien protejo. No quiero que te busques un problema ni que cargues con nada más por algo que no tiene importancia.

―¿Cómo que no tiene importancia? ¿Y por qué tu amigo sí que puede defenderte?

―Por favor, no hagas que me arrepienta de habértelo contado.

Respiró hondo.

―¿No vas a denunciarle, al menos?

―Un puñetazo es más efectivo.

―Quiero hacer algo. Mi pequeña, entiéndelo.

―Ya lo estás haciendo ―aseguré.

Me aferré a él, y él a mí, y los dos nos quedamos abrazados y en silencio. Hasta que preguntó si quería que esa noche durmiésemos juntos.

―Por favor.

―Solo era por si te hacía sentir mejor ―se defendió―. Olvídalo.

―¿Sabes lo que lo haría?

―Dime.

―Aprender algo de defensa personal. Con Héctor.

Se quedó callado, quizá de la impresión, mientras sus brazos perdían fuerza. Aunque la recuperaron enseguida.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora