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Me desperté antes que Lucas y fui directa a darme una larga ducha. Después, evité mirar hacia la cama y cogí mi ropa, de la bolsa que él había traído, y volví a meterme en el cuarto de baño para vestirme allí.

―Irene ―dijo cuando regresé a la habitación. Contesté con un ruidito, centrada en ponerme los zapatos―. ¿No recuerdas lo que te dije anoche?

―Lo recuerdo perfectamente. No es de ti de quien desconfío.

Se rio. Mis ojos se me amotinaron y a punto estuve de lanzarme encima de él. Tumbado allí, desnudo entre las sábanas, era mucho peor que el brownie.

―Venga, vístete. Tengo que estar a las dos.

―Hay tiempo, tranquila. ¿Desayunamos aquí o de camino?

―Aquí. No sé cómo puedo tener hambre, pero así es.

―Yo sí que lo sé.

A medida que nos acercábamos a casa, crecía en mí la necesidad de dar una excusa para no ir a la comida. Aunque Lucas no me había dicho nada al respecto, ni a favor ni en contra, eso mismo, que evitase el tema, me tenía preocupada.

No obstante, sucumbir habría sido un error. Así que, antes de arreglarme, le pedí un momento para hablar.

―¿Te arrepientes? ―preguntó.

―No. Quiero saber si no quieres que vaya a esa casa. Prefiero que me lo digas a que hagas como si nada.

―¿En serio?

―En serio.

Lanzó un hondo suspiro que hablaba por sí solo.

―No me hace mucha gracia, pero nunca te pediría algo así. Eres muy joven y tienes que salir con gente de tu edad. Tienes que divertirte. Y aunque me complacieras y te quedaras aquí conmigo todo el fin de semana, eso no acabaría bien al final. Y ya te he dicho que espero que esto tenga futuro.

Me quedé mirándole hasta que me correspondió y, entonces, le besé en la mejilla. Había necesitado aquello, que me confirmase que no estaba pensando en alejarnos. Él giró la cabeza y su aliento me rozó los labios, sin embargo, no fui yo quien se apartó.

―Aún queda una hora ―dijo―. Podríamos ir a un sitio. No está lejos.

Me llevó a un pequeño parque y me enseñó un rincón al que solía ir cuando tenía mi edad. Se sentaba a leer bajo un gran árbol de raíces sobresalientes. Que dijera que era la primera vez que invitaba a alguien me llenó de gozo.

Fuimos a recoger a Marina y luego Héctor nos llevó a los tres a la casa del compañero de Antonio, un enorme chalé de una urbanización situada en el pueblo de Tomares, con jardín y piscina acordes. Me despedí de Lucas con un beso que casi le alcanzó la comisura de la boca.

―Que os lo paséis bien. Y tened cuidado.

―Sí, papá ―dijo Marina.

Lucas se quedó observándonos hasta que desaparecimos tras la puerta de la entrada principal. Antonio nos la había abierto y enseguida nos ofreció algo de beber. Había bastante gente dentro de la casa y la mayoría era desconocida, por lo que no tardé en sentirme un poco fuera de lugar. Además, no dejaba de preferir estar en otra parte.

Pero me obligué a centrarme en el presente y disfrutar de la compañía de mis amigos. Y poco a poco, fui sintiéndome más y más a gusto, hasta que, al final, me animé a bañarme y después a bailar un rato. Entonces, uno de los chicos que estudiaba con Antonio se me acercó y me dijo al oído que era preciosa.

―No me gustan los cumplidos ―repuse, apartándole.

―Bien, porque no lo es.

Me recordaba muy poco a Lucas y, por eso, perdoné su flirteo aunque sin pretender darle esperanzas. Él, sin embargo, se fue animando, acercándoseme cada vez más, hasta que decidí ir al cuarto de baño. Y cuando me siguió al interior de la casa, tuve que decirle que no estaba interesada.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora