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Intenté estar con Marina y los demás, sin embargo, cada día me resultaba más difícil apartarme de Lucas. El último se lo dediqué a él de principio a fin. Y

Aquella semana la guardaría para siempre en mi corazón. Sería la prueba de que, al menos fugazmente, sí que podía ser tal y como era. Podía ser libre con alguien.

Había llegado el momento de despertar del sueño y regresar a la realidad. Lo sabía, sabía que debía hacerlo, por mi bien y también por el de Lucas. No obstante, fui incapaz de negarme cuando él me propuso que me quedara en la casa otra semana. Aunque lo intenté: le dije que tendría que bañarse conmigo en la piscina y tomar el sol.

Superada la primera vez, en la que parecía darle vergüenza que yo le viera meterse sentado en el agua, fue allí donde pasamos todas las tardes siguientes, alternando el baño con uno de los asientos del quiosco. Y pese a que en ningún momento quiso conversar sobre nada relacionado con su empresa o su difunta esposa, me reveló numerosos episodios de su infancia y juventud, que, aunque reprochables, no me decepcionaron en absoluto.

Desde muy pequeño empezó a gastar bromas pesadas a todo aquel que le contrariaba de algún modo, exceptuando a su familia (que incluía a sus amigos). Objetivos suyos habían sido especialmente los miembros del servicio, sobre todo su guardaespaldas ―al que daba esquinazo siempre que podía―, así como aquellos profesores que le resultaban aburridos o crueles.

―Eras muy travieso ―dije, sonriendo.

―Mi madre te diría que era malo. ¿Tú eras una niña buena?

―En teoría. Si mi madre supiera...

Ronroneó.

―A ver, cuéntame.

Compartí toda mi vida con él, incluso los años en los que había penado por su culpa, mientras me preguntaba si no estaba cometiendo un error terrible. Atisbaba el momento en el que se me partiría el corazón, pero separarnos me resultaba demasiado difícil. Y más aún cuando terminé de hablar y no me pareció en ningún momento que me rechazase de alguna forma.

―¿Te recuerdo a ese chico? ―replicó extrañado.

―Él me recuerda a ti, más bien.

―Yo nunca he sido mujeriego.

Me sentí demasiado complacida.

―Sois hombres fuertes y eso me gusta ―dije.

―No sé cómo puedo parecerte fuerte.

―Lo eres, lo sé.

El orgullo salpicó sus ojos. Sus manos me treparon los brazos, apretaron mis hombros, y los dos nos dimos un largo beso.

―¿Esa es tu única objeción? ―susurré.

―¿Te refieres a que robases tonterías? Todos lo hemos hecho siendo niños, es divertido.

―Pero yo no me detuve hasta hará un año, cuando me vieron por una cámara. Por suerte, bastó con comprar lo que había cogido. Aunque, en realidad, no me gustaba. Me sudaban las manos y se me ponía a mil el corazón y luego solía tirar lo robado.

―¿Por qué lo hacías, entonces?

―Pues... Mi madre se habría disgustado de haberlo sabido. Me habría castigado y eso, pero quizás se habría dado cuenta de que no soy tan buena y me dejaría un poco en paz.

―Pero no se lo contaste.

―No. Una parte de mí quiere ser esa chica buena que ella desea como hija.

―Sí, te entiendo. También me habría gustado estar a la altura de las expectativas de mi madre. Pero crecemos y cada uno es como es, y los demás deberían aceptarlo si quieren seguir a tu lado. No te escondas, Irene, porque mostrarte es la única forma de que la gente adecuada te vea.

Atado a ti (2022)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora