Capítulo 78

226 39 8
                                    

Advertencia:
Contenido altamente delicado; abuso infantil explícito. Leer bajo tu cuidado.
Recueden que es un omegaverse, por lo que los humanos tienen ciertas caracteristias bestiales.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


El otoño cubría de hermosos paisajes las calles de Seúl, con brisas frías y cálidas dependiendo el clima, niños con sus abrigos impermeables y botas del mismo material jugando entre las húmedas hojas que yacían regadas por el piso.

Y en una escuelita no muy lejos de la zona central de Seúl, un niño que recién ingresaba a la escuela estaba llorando oculto en sus piernas, sollozando en silencio mientras sentía el frío de la leche de chocolate escurrirle por sus hebras castañas, la papilla que daban en la colación de la hora de almuerzo se mezclaba asquerosamente con la leche en su cabello, y la banana jamás le había causado tanto asco como en esos momentos, ensuciando su ropa cual porción de tarta. Podía jurar que lo que ensuciaba su carita era huevo, huevo crudo que había parado en su cara seguramente cuando le aventaron cosas.

El olor nauseabundo del basurero a su costado le hacía más humillante la situación, escondido entre los tres basureros correspondientes del patio de su escuela nueva. Había acabado ahí sin querer, en un vano intento de huir de un grupo de niños que lo seguían por toda la escuela desde que había llegado; de eso, dos meses. Era un infierno estar huyendo como conejo de esos niños, cual presa que debe huir para seguir con vida unos momentos más.

Y especialmente ese día, aquel primero de septiembre, odió hacerle caso a su dulce madre e ir a la escuela en lo que ella preparaba una fiesta en honor a sus recientes diez años. No esperaba que su cumpleaños se volviera un infierno en cuanto salió al primer receso.

Las diez invitaciones con estampado de iron-man que su madre la noche anterior se dedicó a completar, con el nombre de sus pocos amigos y compañeros que le gustaría que asistieran, con la dirección de su casa, con todos los datos que una invitación de ese tiempo pedía; todas, absolutamente todas, yacían ahora bajo los pies de aquel niño que reía cual cerdo, con sus pies chapoteando en la leche sobre las invitaciones.

Dios, su madre se sentiría tan mal.

– ¡Pero si es que incluso llora como niña! –chilla aquel niño encorvado junto al que estaba aún aplastando sus tarjetitas.

–Eres una señorita, cara de rata –apunta el niño, riendo más fuerte cuando aquel pequeño niño sorbe su naricita, tratando vanamente de dejar de llorar– ¡Mira como mueve la nariz, es como un conejo!

Y más llora cuando los niños hacen muecas con la acción inconsciente que su naricita hacía al estar aterrado. Un golpe en su mejilla es dejada por el aventón de su mochila. Puede jurar que aquella botella con jugo que su madre le había preparado esa mañana le dejaría demasiado marcado su ojo.

– ¡Mira, es un panda ahora! –chillaron los niños ni bien vieron como el ojo de Jungkook se teñía de rojo, con su párpado cayendo de inmediato por lo brusco del golpe.

Perdóname | Jeon Jungkook | Libro #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora