LA CITA

431 56 29
                                    

Capítulo 2

Luego de la cena con mis padres pude persuadirlos de que necesitaba salir a caminar un rato. Sabía que si les decía lo del príncipe ellos iban a negarse rotundamente y con razón. No esperaba que me propusiera matrimonio, pero si era arriesgado hablar con él más de lo normal porque en cualquier momento iba a notar que el capitán de la guardia y su hermana eran la misma persona.

En cuanto salí observé a Kells, uno de los guardias de mi tropa que me seguía de cerca. Aaron era muy querido por todo el reino, aquí en Folkwoold, la capital del reino todos tenían la imagen de él en alto al igual que la de los reyes. Eran conocidos por ser benevolentes y justos con el pueblo, siempre procuraban satisfacer las necesidades, aunque a decir verdad yo que estaba desde el palacio podía decir que sus esfuerzos podrían ser mayores.

El reino era muy próspero. Folwold era de las mejores ciudades de todo el reino, pero aún existían pueblos como Melborw que era uno de los pueblos más cercanos y que estaba en condiciones bastante precarias. Creía fielmente que si los reyes donaban la mitad de los lujos que había en el palacio y ellos ni usaban se podría solventar muy bien las necesidades de los más vulnerables, pero bueno yo no era la reina y ellos mejor que nadie sabían lo que era mejor para el pueblo. No eran malos reyes, se preocupaban realmente por la gente y castigaban con justicia.

Podría ser peor, digo, podríamos tener al sádico rey Alec Deveraux a cargo de nosotros. Por alguna razón cuando pensaba en el rey del vecino reino y con que la guerra estaba en pleno auge, me estremecía. Desde que estaba en el ejército nunca lo había visto más que en fotografías, de hecho, él vivió y fue parte de Cleiwood, era primo del príncipe Aaron, mejores amigos, a decir verdad, pero de la nada apareció siendo el rey de Laiwold y se ensañó por declararnos la guerra. Yo tenía doce años cuando la guerra estalló a manos del joven rey Alec de tan solo quince, casi dieciséis años.

Lo detestaba.

Odiaba que nos hubiera sumergido nuevamente en una guerra absurda, porque eso es lo que era. ¿Qué quería conseguir? ¿más tierras? Eso no era una excusa válida para acabar con la vida de tantos soldados y de forma tan sádica.

Divisé el carruaje de Aaron y al parecer él también reparó en mí porque en cuanto me acerqué se bajó a recibirme.

-Leia - hizo una leve reverencia que me sonrojó - me atrevo a decir que te ves mucho más linda esta noche - sí, estaba realmente sonrojada.

Me había colocado un vestido de gasa color rosa palo, con un corte cuadrado a la altura de los senos y con mangas hacia los hombros delgadas recubiertas con flores en relieve del mismo color que caían hasta mis codos, la falda caía hasta mis tobillos y con el corte plisado suelto ondeaba con la brisa. Tenía una capa blanca recubriendo mis hombros debido a los fuertes vientos que anunciaban el invierno.

Era sencillo, pero al verme al espejo me había sentido satisfecha.

-Gracias, alteza - imité su reverencia y sonreí.

-Me gratifica realmente que haya accedido a mi invitación.

-El honor fue mío al recibir su invitación.

-Bien, espero que sea de su agrado el lugar al que vamos.

El príncipe me invitó a subir al carruaje y me maravillé con el interior. Era extraño, la realeza aquí seguía usando los carruajes tradicionales en vez de usar los innovadores autos que hacía unos tres años habían comenzado a usarse.

Los almohadones estaban cómodos y el interior espacioso. Los caballos comenzaron a tirar y me relajé un poco.

-Sé que tienes varias dudas rondando por la cabeza - desvié mi atención hacia él.

Ríndete a Él (LIBRO 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora